PARTE CINCO (5)

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Pocho, miró las paredes de su casa. Las encontró bien pintadas con un color azul lavable. Las tocó, las sintió, y volvió a la nostalgia. Recordó que de pequeño esas paredes eran tachadas, maltratadas y dibujas por él mismo, simulando ser un pintor de aquellos. Era un niño, su madre nunca le reprendió, lo dejó ser, lo dejo dibujar, hasta que ella misma se cansó de mandar a pintar cada cierto tiempo las paredes de su casa. Un día ella, mandó a pintar todas las paredes con pintura lavable. Pocho, cuando buscó hacer de las suyas con las paredes, se dio cuenta que ya no era igual pintarlas, maltratarlas o mancharlas. Recordó muy bien, cómo lloraba, al no poder hacer un solo trazo en las paredes de su casa. El usaba dos plumones, azul y rojo, y un lápiz que le regaló su padre. A los cinco años dibujó un corazón en la pared junto al cuarto de baño de la sala. Su padre, cuando vio ese corazón plasmado de colores y rayas por doquier, se rió mucho y le preguntó: ¿Por qué has dibujado un corazón tan grande y bonito, hijo? Pocho, le contestó: “La profesora dice que los corazones tienen el tamaño de un puño cerrado, pero mi corazón es muy grande, papá, así como ese dibujo que acabo de hacer”. El padre volvió a reírse y, antes de entrar al baño, lo abrazó y le dio un beso en la frente y le dijo: “el mío también hijo, mi corazón es igual al tuyo. Te quiero mucho, hijo. Sigue dibujando” Pocho, se sintió feliz, muy feliz. Amaba a su padre, lo respetaba y lo lloraba. Cuando Pocho, se dio cuenta de la enfermedad de su padre, fue a los quince años. Todo fue tan rápido para él. Su madre, llorando, lo abrazó un día y le dijo: “Tu padre te quiere ver hijo” cuando Pocho entró al cuarto donde estaba su padre, lo vio blanco, seco, al acercarse a su padre, Él, su padre, le dijo que ahora él tenía que llevar los pantalones de la familia, que cuidara mucho a su madre y que siguiera dibujando porque lo hacía muy bien. Pocho, lo besó en la frente y no le dijo nada, por ratos se le era difícil reconocerlo, el cáncer, a su padre, lo había cambiado mucho. Pocho, salió de su cuarto y siguió dibujando las paredes de su casa. Al día siguiente murió su padre y recién entendió que lo había perdido para siempre. No dibujó por un buen tiempo. Porque ya no tenía a su padre vivo. Su padre cada vez que lo veía dibujando lo felicitaba y le daba todo su apoyo. Pocho, lo lloraba mucho, y su madre también.
Pocho, escuchó que abrían la puerta principal de su casa y de inmediato soltó las paredes y también el recuerdo. Al mirar quien entraba, se escondió para darle la sorpresa a su madre de su regreso. Al entrar su madre a su casa, empezó a oler la presencia de alguien conocido, Chimenea, la empleada de la casa, también lo sintió.
-Chimenea, ¿has dejado entrar a alguien en la casa?…
-No, señora, a nadies…
-¿Ha venido algún familiar a visitarnos?...
-Que yo sepa, no señora…
-No te huele a una presencia conocida…
-Ay, señora, no será la almita del señor…
-¡Calla, Chimenea!... ya te he dicho que no hables ni pienses así…
-Pero es raro, señora. Que huela asís…
-Sí, a mi también me parece raro.
Es entonces donde Pocho se presentó, sin “anestesia”, ni nada:
-Cómo mamá, ya no conoces las colonias que yo usaba y uso.
-¡Hijo!... ¡hijo!... ¡qué sorpresa!...
-¡Joven, Pochito!…
-Mamá, Chimenea, sí, soy yo, el mismo…
-¿Cuándo te dieron de alta?, ¿Y por qué no me has avisado para irte a recibir al aeropuerto?.
-Te quise dar una sorpresa…
-Ay hijo, tu siempre tan impredecible…
-Joven Pochito, está gordito…
-Así parece, no me puedo quejar, allá en la clínica me han tratado muy bien…
-Me alegro joven, Pochito…
-Que bueno hijo… Chimenea prepáranos algo para desayunar.
-De inmediato, señora.
Chimenea, corrió hacia la cocina para preparar el desayuno.
-Sentémonos hijo. Cuéntame, cómo te fue…qué te han dicho los médicos.
-Bueno mamá, estoy bien. Tú sabes que es una lucha constante todo esto de la adicción, ¿no?... pero, estoy con todas las fuerzas para luchar y, ya me ves, mírame… llevo casi un año sin tomar drogas… y no sólo eso: nada de cigarros y nada de alcohol.
-No sabes lo feliz que me haces, hijo. Te veo muy bien. Yo te voy a ayudar, todos vamos a poner de nuestra parte…
-Eso espero, mamá. Ahora, quiero terminar mis estudios de dibujo y presentarme otra vez a la agencia de publicidad de mi tío, Antonio.
-No te preocupes por eso, hijo. Tu tío, Antonio, siempre me pregunta por ti, dice que te extraña y también extraña tus dibujos. Que nada es igual sin ti en la agencia…
-Te lo dice para quedar bien contigo, mamá.
-No hijo, modestia a parte, tú eres uno de los mejores dibujantes de éste país… así que, cuando puedas te presentas en la oficina de mi hermano y ya vas a ver, se alegrará mucho por tu regreso y, seguro, de inmediato otra vez te contratará en su empresa.
-Eso espero, mamá.
-Sí hijo, dalo por hecho.
-Y que dice el país mamá, ¿Magdalena Espinoza está en la cárcel, no?.
-Así es hijo, esa es la noticia de moda y la cortina de humo, según algunos personajes importantes de éste país.
-Bueno, el que a hierro mata, a hierro muere, mamá…
-Si pues, hijo. Creo que esto es el comienzo del fin de Magdalena…
-¿Sí?, ¿por qué lo dices?…
-Porque cuando Magdalena Espinoza quiera volver a lo suyo: ampays y de más, todos los perjudicados se van a agarrar de ahí, por sus antecedentes penales y de más juicios. Y eso hijo, a cualquiera lo mata. Una cosa es un juicio, de los tantos que ella ha tenido y tiene, y otra cosa es haber estado en la cárcel. Eso te marca para siempre.
-Estás en lo cierto, mamá. Le dirán que es un presidiario, que se va a ir otra vez a la cárcel si sigue igual de venenosa y bueno, en fin, todo eso y más, los periódicos chicha no creen en nadie.
-Eso es, hijo, bueno, allá ella.
-Sí pues. Cambiando de tema, mamá ¿has visto a Abril?
-Esperaba esa pregunta, hijo.
-Abril fue mi gran amor. Y se portó muy bien conmigo, cuando estuve en problemas.
-Yo siempre le agradeceré a Abril todo lo que hizo por ti.
-Se portó como una esposa, como una hermana, como madre.
-Me consta, hijo… me consta. La última vez que la vi fue en el centro comercial comprando ropa…
-Qué novedad, mamá…
-Sí, y bueno, nos saludamos, está igualita, sigue en la universidad, y bueno, la vi muy bien…
-¿Y preguntó por mí?.
-Sí.
-¿Y qué le dijiste?.
-Que estabas mejorando y avanzando.
-Tú que piensas si la voy a buscar.
-Bueno, no sé hijo, creo que ella se va a legrar mucho de verte después de mucho tiempo, pero tengo miedo.
-¿De qué, mamá?...
-Bueno, ella sigue frecuentando discotecas, no digo que esté mal, pero por ahí te invita sin querer, olvidándose de tu problema, y no quiero que recaigas, el tan sólo ir a una discoteca, ya te está llevando a lo mismo, hijo…
-Sí, tienes razón, mamá. La voy a buscar un domingo y la invitaré al cine.
-Eso es, salgan, vayan al parque, conozcan lugares, en fin…
-Sí, eso haré. Pero ahora en la tarde voy al instituto y aprovecho para pasar por la agencia de mi tío.
-¿Por qué, tan pronto?, mañana en la mañana lo puedes hacer.
-No, mamá, no quiero perder más tiempo.
-Bueno hijo, adelante entonces. Pero primero a desayunar…
-Sí, me muero de hambre…
-Chimenea, te va a hacer tus huevos revueltos que tanto te gusta.
-Gracias, mamá. Cómo se nota que he vuelto a casa.
-Y tu cuarto está igualito.
-Sí, ya me di cuenta.
-Hijo, bienvenido a casa.
-Gracias, mamá…
-Mira, ahí está chimenea…
-¡Chimenea, hasta que por fin!.
Chimenea, salió de la cocina hacia la sala y en sus manos llevaba todo el desayuno de la familia.
…
-¡Marisol!... me habían dicho que eras muy buena, pero, no creí que tanto.
-Es mi trabajo, señor Sánchez.
-Ya veo, es por eso que te voy a pagar lo que vales…
-Gracias.
-¿Y cuándo nos volveremos a ver?
-No sé, señor Sánchez, eso depende de usted…
-Entonces te vienes la próxima semana a la misma hora. ¿Te parece?.
-Ok. Cualquier cosa le llamo. Usted sabe que no es mi único cliente.
-Me lo imagino. Bueno, toma…
Marisol, contó el billete, y confirmo que era más de lo que había pedido.
-Gracias, Señor Sánchez.
-No, de qué, a ti, por ser una excelente “profesional”.
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