CAPÍTULO 2
INOCENCIA Y TERNURA AZUL.

2
-¡Santiago!, ¡Santiago! ¡Santiago, hijo!, ya está listo tu desayuno, mi vida...
Así siempre me llamaba mi madre Liz todas las mañanas. Y yo ya estaba vestido con el mandil puesto encima de mi ropa limpia, y mi nombre bordado en el lado derecho de dicho mandil.
-Otra vez leche mamá... No me gusta la leche...
De verdad amigos, nunca me gustó la leche, en fin, era para mi bien.
-Sí Santiago, amor tienes que tomar tu leche o quieres quedarte con ese tamaño para toda tu vida jajajaja.
-No mamá, yo voy a ser muy alto como papá...
-Bien dicho mi vida, eres tan igual a tu padre...
-¿Mamá, por qué papá no sale de ese cuarto tan oscuro...?
-No mi vida, tu papá está trabajando... No molestar a papá, ya mi vida.
-Ya mamá... ¿Y ahora también me va a llevar al nido la señora Vilma?
-Sí hijo, ¿Qué?, ¿No te gusta que te lleve la señora Vilma, amor...?
-No es eso, sí me gusta mamá, pero, prefiero que tú me lleves...
-Jajajaja mi pequeño, está bien Santiago, quedemos en algo mi vida... Cada vez que yo pueda llevarte al nido lo voy a hacer, y si no puedo hacerlo, es porque mamá tiene que trabajar...
-¿Así como papá...?
-Sí amor, así como tu papá...
Me acuerdo que siempre cuando estaba conversando con mamá sonaba la bocina de la señora Vilma para llevarme en su camioneta blanca directamente al nido, por ser el último en recoger. La clásica movilidad, un viaje tan corto desde mi casa al nido, un viaje de respiros desayunos y miradas perdidas. Mi madre me daba no sé cuantos besos, y siempre en ese preciso momento, salía mi padre de aquel cuarto oscuro que, en ese entonces, no me dejaba entrar. Sólo salía para despedirse de mí.
-¿Ya se va mi campeón...?
-Sí papá.
-Así me gusta, cuídese pequeño y recuerde portarse muy bien.
-Chau papá, te quiero...
-Yo también hijo, chau.
A esa edad yo pensaba que, ser un escritor, era una cosa sencilla. Ahora, escribiendo todo esto, lo entiendo muy bien. Mi padre se entregaba de lleno a su vocación de escritor, encerrándose todas las tardes y parte de las noches para escribir, usando sólo las mañanas para corregir los borradores que había hecho el día anterior. Era su trabajo de todos los días.
Mi padre siempre regresaba al mundo real por las noches, como si estuviera en un viaje. Sobre todo, cuando estaba preparando una nueva novela. Las cosas eran muy estrictas, muy disciplinarias para él y mi madre Liz lo sabía y lo apoyaba en todo. Al despedirme de mi padre y de mi madre, sentía todo el amor del mundo que ellos me trasmitían con sus manos, sus ojos y todo su cuerpo. Cuando estaba ya adentro de la camioneta de la señora Vilma, sus manos desde afuera me decían chau, y así entraban los dos a la casa, muy abrazados de amor y muy protegidos de una fría y neblinosa mañana en Lima.
-Luis, ¿Cómo está saliendo la novela...? –dijo mi madre abrazándolo por detrás, desmenuzando la espalda de mi padre llena de tensiones por estar sentado tanto tiempo.-
-Bien amor, digamos que ahora estoy con la disyuntiva de dos finales para la novela.
-No te preocupes Luis, ya encontrarás el mejor final. No sabes cómo me muero de las ganas de leerla.
-Yo también me muero de las ganas de terminarla, pero todo a su debido tiempo, Liz...
-Claro amor, tómate el tiempo necesario, yo siempre estaré a tu lado...
-Eso lo tengo claro chinita bella, muy claro... ¿Y tú amor, ya te vas para la oficina...?
-Sí Luis, estamos en una licitación y esperamos ganarla.
-Ten fe Liz, todo va a salir bien.
-Ojalá amor...
-¿Y qué te cuenta Santiago del nido?
-Ay Luis, ya le están enseñando casi toda la abecedario, y ya está escribiendo algunas palabras y leyendo algo, Nuestro Santiago es muy inteligente.
-Me alegro mucho por mi hijo, apenas sepa leer correctamente, le voy a comprar muchos cuentos para que vaya recreando su imaginación. Sólo leyendo puede conocer este mundo y a los que habitamos en él de una manera diferente y afable.
-Buena idea amor, de repente te sigue los pasos...
-Jajajaja sería una bendición, pero a lo mejor a la larga le guste los números...
-Jajajaja también sería una bendición...
-No importa mi amor, cual fuera el caso, Santiago tiene que formarse de acuerdo a una vocación, y nosotros sólo nos queda apoyarlo, claro, guiándolo de una cierta manera, porque al final, es él quien va a decidir su futuro.
-Tienes mucha razón Luis, me siento muy orgullosa de ti y de él... Los dos son las personas más importantes de mi vida.
-Para mí también, Liz…
-Sí lo siento amor…
-Bueno amor, no se te vaya a hacer tarde... A la oficina chinita.
-Pero déjame darte un beso.
-Está bien amor... Adelante...
Mi padre siempre le gustaba besar a mi madre Liz, hasta hora lo hace, y lo hacía mucho delante de mi presencia. Y a mí me gustaba verlos así. Siempre creí que los besos entre dos personas opuestas, entre un hombre y una mujer, solamente se tenía que dar cuando estaban casados. Y, en aquella foto grande de la sala, de aquellos años de guerras mundiales y revoluciones absurdas, donde está mi madre vestida de blanco y mi padre bien al terno negro con lentes oscuros, están allí, en esa foto, inaugurando el comienzo de su historia y, por ende, de la mía también, me hace ahora el hombre más feliz del mundo y el humano más feliz del mundo también.
(…)
Renato, faltó una semana al nido, y un lunes apareció muy pálido, bueno ahora sé que estaba pálido, a los cuatro años sólo me daba cuenta que se le veía muy raro. Resultó señores, que mi amigo Renato se había intoxicado por comer muchos chocolates, y muchos bocaditos tan grasientos. Y que el doctor le había prohibido comer por lo menos varios meses, una dieta estricta y muy sana tenía que hacer mi amigo Renato. Pero, él igual, de todas formas y de la misma manera, seguía enseñando su lonchera llena de comida a todos nosotros. Pero, después de lo sucedido, sólo llevaba pura fruta, aquellas frutas como las de una propaganda de televisión y jugos embotellados de una marca importante que, ahora mis no me acuerdo y no me quiero acordar. Pero ahí estaba otra vez mi amigo Renato, no tan alegre que digamos, seguro por los feos antibióticos que estaba tomando, pero poco a poco, se fue recuperando de su intoxicación y poco a poco, se empezaba a reír en el arco a la hora del recreo, esta vez ya no con un montón de bocaditos dentro de su boca, sino, con un pedazo de manzana a medio terminar.
-Yo primero Santiago, ahora mí me toca ser el primero.
-Ya, está bien Renato, pero apúrate mira que está distraída...
-Ya, ahí voy...
Renato, en silencio y fugazmente, volvió a robarle un beso de tantos ya, a la bella niña Roxana, y, otra vez ella se volvió a limpiar la cara, la mejilla, con sus blanquitas manos. Y yo no perdí más tiempo y fui sin reparos a sorprenderla besándola en la otra mejilla. Roxana usaba las dos manos para limpiarse, pero ella nada que ver con la profesora Frida, quizás en el fondo le gustaba o quizás no... Pero todo el tiempo que pasamos en aquel nido azul, no sé cuantos besos recibió Roxana por parte de Renato y éste humilde servidor, y ella, para variar, nunca nos acusó ¡bendita niña!.
“Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción”.
Joaquín Sabina.
(…)
-A ver Renato, de pie por favor... Dígame jovencito
¿Cómo se llama nuestro Presidente...?
Renato como siempre y como antes y como ahora seguro, siempre sabía todo, o se memorizaba todo. No dudó en responderle a la profesora:
-El arquitecto Fernando Belaunde Terry.
-Muy bien Renato, muy bien... A ver niños, quiero que me respondan muy fuerte lo que les voy a preguntar... ¿Cómo se llama nuestro actual Presidente...?
Todos a una sola voz respondimos:
-El arquitecto Fernando Belaunde Terry...
-Muy bien niños, muy bien... Ahora les voy a hacer otra pregunta... ¿Quieren conocer al presidente del Perú, a nuestro Presidente?
Todos contestamos, sí, ya sea por el imán de un hombre político o porque pensábamos a ciegas, ya a esa edad, que siempre los profesores tenían la razón.
Todavía recuerdo cuando nos llevaron a conocer al presidente que nos representaba en ese entonces. La profesora Frida nos hizo hacer un día antes, a cada uno, una banderita del Perú con nuestros colores patrios. Renato preguntó si podía hacer su bandera más grande, pero la profesora Frida le dijo que no, que todas las banderas tenían que estar con la misma medida. Nos llevaron en una camioneta, no sé si sólo a nosotros o a todos los que conformaban el nido, pero la cosa es que nos subieron a una camioneta muy grande y cada uno llevando su respectiva banderita. Al decir que nos subieron, lo digo porque todavía no podíamos subir a una camioneta tan grande. Éramos muy pequeños, ni Renato que era uno de los más altos del salón azul, pudo subir sólo, sin ayuda. El lugar donde se encontraba el arquitecto era en un edificio en una suite presidencial que quedaba en el distrito de Miraflores. Cuando llegamos, nos hicieron esperar un buen rato. Renato, tenía hambre y le había provocado aquellos bocaditos que veía en cada tienda, no me lo decía, pero su mutismo lo delataba. Seguíamos esperando al Presidente, hasta que salió con una sonrisa de paz, aquella sonrisa que siempre lo caracterizó. Todos nosotros fuimos a su encuentro alzando la banderita del Perú e inyectándole una dosis de paz que, creo yo, ya se le había agotado a nuestro Presidente. Cuando murió el arquitecto Fernando Belaunde Terry producto de su soledad que le había dejado su compañera y gran amor de su vida, la señora Violeta Correa, recordé con mucho aprecio aquella visita que le hicimos al Presidente. Quedándome para siempre una imagen imborrable, la imagen de un hombre de paz, y la de un hombre que si no fuera por él y aquella visita, no hubiese sabido de qué color es mi bandera, la única bandera –La rojiblanca, la eterna bicolor, señores-. Y creo que todos los niños de aquel salón azul, tan ciegos y llenos de interrogantes, de cierta manera, llegamos a pensar así. Bueno, por lo menos yo...
Siga descansando en paz, señor Presidente del Perú.
Así siempre me llamaba mi madre Liz todas las mañanas. Y yo ya estaba vestido con el mandil puesto encima de mi ropa limpia, y mi nombre bordado en el lado derecho de dicho mandil.
-Otra vez leche mamá... No me gusta la leche...
De verdad amigos, nunca me gustó la leche, en fin, era para mi bien.
-Sí Santiago, amor tienes que tomar tu leche o quieres quedarte con ese tamaño para toda tu vida jajajaja.
-No mamá, yo voy a ser muy alto como papá...
-Bien dicho mi vida, eres tan igual a tu padre...
-¿Mamá, por qué papá no sale de ese cuarto tan oscuro...?
-No mi vida, tu papá está trabajando... No molestar a papá, ya mi vida.
-Ya mamá... ¿Y ahora también me va a llevar al nido la señora Vilma?
-Sí hijo, ¿Qué?, ¿No te gusta que te lleve la señora Vilma, amor...?
-No es eso, sí me gusta mamá, pero, prefiero que tú me lleves...
-Jajajaja mi pequeño, está bien Santiago, quedemos en algo mi vida... Cada vez que yo pueda llevarte al nido lo voy a hacer, y si no puedo hacerlo, es porque mamá tiene que trabajar...
-¿Así como papá...?
-Sí amor, así como tu papá...
Me acuerdo que siempre cuando estaba conversando con mamá sonaba la bocina de la señora Vilma para llevarme en su camioneta blanca directamente al nido, por ser el último en recoger. La clásica movilidad, un viaje tan corto desde mi casa al nido, un viaje de respiros desayunos y miradas perdidas. Mi madre me daba no sé cuantos besos, y siempre en ese preciso momento, salía mi padre de aquel cuarto oscuro que, en ese entonces, no me dejaba entrar. Sólo salía para despedirse de mí.
-¿Ya se va mi campeón...?
-Sí papá.
-Así me gusta, cuídese pequeño y recuerde portarse muy bien.
-Chau papá, te quiero...
-Yo también hijo, chau.
A esa edad yo pensaba que, ser un escritor, era una cosa sencilla. Ahora, escribiendo todo esto, lo entiendo muy bien. Mi padre se entregaba de lleno a su vocación de escritor, encerrándose todas las tardes y parte de las noches para escribir, usando sólo las mañanas para corregir los borradores que había hecho el día anterior. Era su trabajo de todos los días.
Mi padre siempre regresaba al mundo real por las noches, como si estuviera en un viaje. Sobre todo, cuando estaba preparando una nueva novela. Las cosas eran muy estrictas, muy disciplinarias para él y mi madre Liz lo sabía y lo apoyaba en todo. Al despedirme de mi padre y de mi madre, sentía todo el amor del mundo que ellos me trasmitían con sus manos, sus ojos y todo su cuerpo. Cuando estaba ya adentro de la camioneta de la señora Vilma, sus manos desde afuera me decían chau, y así entraban los dos a la casa, muy abrazados de amor y muy protegidos de una fría y neblinosa mañana en Lima.
-Luis, ¿Cómo está saliendo la novela...? –dijo mi madre abrazándolo por detrás, desmenuzando la espalda de mi padre llena de tensiones por estar sentado tanto tiempo.-
-Bien amor, digamos que ahora estoy con la disyuntiva de dos finales para la novela.
-No te preocupes Luis, ya encontrarás el mejor final. No sabes cómo me muero de las ganas de leerla.
-Yo también me muero de las ganas de terminarla, pero todo a su debido tiempo, Liz...
-Claro amor, tómate el tiempo necesario, yo siempre estaré a tu lado...
-Eso lo tengo claro chinita bella, muy claro... ¿Y tú amor, ya te vas para la oficina...?
-Sí Luis, estamos en una licitación y esperamos ganarla.
-Ten fe Liz, todo va a salir bien.
-Ojalá amor...
-¿Y qué te cuenta Santiago del nido?
-Ay Luis, ya le están enseñando casi toda la abecedario, y ya está escribiendo algunas palabras y leyendo algo, Nuestro Santiago es muy inteligente.
-Me alegro mucho por mi hijo, apenas sepa leer correctamente, le voy a comprar muchos cuentos para que vaya recreando su imaginación. Sólo leyendo puede conocer este mundo y a los que habitamos en él de una manera diferente y afable.
-Buena idea amor, de repente te sigue los pasos...
-Jajajaja sería una bendición, pero a lo mejor a la larga le guste los números...
-Jajajaja también sería una bendición...
-No importa mi amor, cual fuera el caso, Santiago tiene que formarse de acuerdo a una vocación, y nosotros sólo nos queda apoyarlo, claro, guiándolo de una cierta manera, porque al final, es él quien va a decidir su futuro.
-Tienes mucha razón Luis, me siento muy orgullosa de ti y de él... Los dos son las personas más importantes de mi vida.
-Para mí también, Liz…
-Sí lo siento amor…
-Bueno amor, no se te vaya a hacer tarde... A la oficina chinita.
-Pero déjame darte un beso.
-Está bien amor... Adelante...
Mi padre siempre le gustaba besar a mi madre Liz, hasta hora lo hace, y lo hacía mucho delante de mi presencia. Y a mí me gustaba verlos así. Siempre creí que los besos entre dos personas opuestas, entre un hombre y una mujer, solamente se tenía que dar cuando estaban casados. Y, en aquella foto grande de la sala, de aquellos años de guerras mundiales y revoluciones absurdas, donde está mi madre vestida de blanco y mi padre bien al terno negro con lentes oscuros, están allí, en esa foto, inaugurando el comienzo de su historia y, por ende, de la mía también, me hace ahora el hombre más feliz del mundo y el humano más feliz del mundo también.
(…)
Renato, faltó una semana al nido, y un lunes apareció muy pálido, bueno ahora sé que estaba pálido, a los cuatro años sólo me daba cuenta que se le veía muy raro. Resultó señores, que mi amigo Renato se había intoxicado por comer muchos chocolates, y muchos bocaditos tan grasientos. Y que el doctor le había prohibido comer por lo menos varios meses, una dieta estricta y muy sana tenía que hacer mi amigo Renato. Pero, él igual, de todas formas y de la misma manera, seguía enseñando su lonchera llena de comida a todos nosotros. Pero, después de lo sucedido, sólo llevaba pura fruta, aquellas frutas como las de una propaganda de televisión y jugos embotellados de una marca importante que, ahora mis no me acuerdo y no me quiero acordar. Pero ahí estaba otra vez mi amigo Renato, no tan alegre que digamos, seguro por los feos antibióticos que estaba tomando, pero poco a poco, se fue recuperando de su intoxicación y poco a poco, se empezaba a reír en el arco a la hora del recreo, esta vez ya no con un montón de bocaditos dentro de su boca, sino, con un pedazo de manzana a medio terminar.
-Yo primero Santiago, ahora mí me toca ser el primero.
-Ya, está bien Renato, pero apúrate mira que está distraída...
-Ya, ahí voy...
Renato, en silencio y fugazmente, volvió a robarle un beso de tantos ya, a la bella niña Roxana, y, otra vez ella se volvió a limpiar la cara, la mejilla, con sus blanquitas manos. Y yo no perdí más tiempo y fui sin reparos a sorprenderla besándola en la otra mejilla. Roxana usaba las dos manos para limpiarse, pero ella nada que ver con la profesora Frida, quizás en el fondo le gustaba o quizás no... Pero todo el tiempo que pasamos en aquel nido azul, no sé cuantos besos recibió Roxana por parte de Renato y éste humilde servidor, y ella, para variar, nunca nos acusó ¡bendita niña!.
“Lo bueno de los años es que curan heridas, lo malo de los besos es que crean adicción”.
Joaquín Sabina.
(…)
-A ver Renato, de pie por favor... Dígame jovencito
¿Cómo se llama nuestro Presidente...?
Renato como siempre y como antes y como ahora seguro, siempre sabía todo, o se memorizaba todo. No dudó en responderle a la profesora:
-El arquitecto Fernando Belaunde Terry.
-Muy bien Renato, muy bien... A ver niños, quiero que me respondan muy fuerte lo que les voy a preguntar... ¿Cómo se llama nuestro actual Presidente...?
Todos a una sola voz respondimos:
-El arquitecto Fernando Belaunde Terry...
-Muy bien niños, muy bien... Ahora les voy a hacer otra pregunta... ¿Quieren conocer al presidente del Perú, a nuestro Presidente?
Todos contestamos, sí, ya sea por el imán de un hombre político o porque pensábamos a ciegas, ya a esa edad, que siempre los profesores tenían la razón.
Todavía recuerdo cuando nos llevaron a conocer al presidente que nos representaba en ese entonces. La profesora Frida nos hizo hacer un día antes, a cada uno, una banderita del Perú con nuestros colores patrios. Renato preguntó si podía hacer su bandera más grande, pero la profesora Frida le dijo que no, que todas las banderas tenían que estar con la misma medida. Nos llevaron en una camioneta, no sé si sólo a nosotros o a todos los que conformaban el nido, pero la cosa es que nos subieron a una camioneta muy grande y cada uno llevando su respectiva banderita. Al decir que nos subieron, lo digo porque todavía no podíamos subir a una camioneta tan grande. Éramos muy pequeños, ni Renato que era uno de los más altos del salón azul, pudo subir sólo, sin ayuda. El lugar donde se encontraba el arquitecto era en un edificio en una suite presidencial que quedaba en el distrito de Miraflores. Cuando llegamos, nos hicieron esperar un buen rato. Renato, tenía hambre y le había provocado aquellos bocaditos que veía en cada tienda, no me lo decía, pero su mutismo lo delataba. Seguíamos esperando al Presidente, hasta que salió con una sonrisa de paz, aquella sonrisa que siempre lo caracterizó. Todos nosotros fuimos a su encuentro alzando la banderita del Perú e inyectándole una dosis de paz que, creo yo, ya se le había agotado a nuestro Presidente. Cuando murió el arquitecto Fernando Belaunde Terry producto de su soledad que le había dejado su compañera y gran amor de su vida, la señora Violeta Correa, recordé con mucho aprecio aquella visita que le hicimos al Presidente. Quedándome para siempre una imagen imborrable, la imagen de un hombre de paz, y la de un hombre que si no fuera por él y aquella visita, no hubiese sabido de qué color es mi bandera, la única bandera –La rojiblanca, la eterna bicolor, señores-. Y creo que todos los niños de aquel salón azul, tan ciegos y llenos de interrogantes, de cierta manera, llegamos a pensar así. Bueno, por lo menos yo...
Siga descansando en paz, señor Presidente del Perú.
Hola, gracias por responder, seguiré tu novela a través de tu Blog, el título lo dice todo muchas veces quisiera retroceder el tiempo, esa inocencia que muchos ya la hemos perdido...y trataré de no llorar, aunque últimamente he llorado mucho. Saludos y otro abrazo para ti.
ResponderEliminarVamos, fuerza Campo de Almas.
ResponderEliminarA ver amiga Campos de Almas. Entonces, qué paso. Vamos, estoy contigo y si de llorar se trata, entonces, lloremos juntos. Eso sí, nunca lo hagas sola, porque dejaré de escribir, y eso, creo yo, sería hacerle un bien a la humanidad, ja. Cuidate mucho, ¿sabes?, me preocupas mucho... ya lo sabes y nunca lo olvides. TKM.
ResponderEliminarIván.
Posdata: estoy contigo a la distancia y ahi tienes mi correo (ivanseru@hotmail.com) si me quieres contar algo más personal. Un beso y mucha fuerza.
Hola Ivan, gracias por la preocupación, lo tomaré en cuenta, ya tengo tu correo; y algo no digas que vas a dejar de escribir ni de broma, me encanta como escribes, creo que te dije una vez, que para ser ingeniero escribes muy bien, te digo esto porque tengo amigos colegas tuyos que escriben muy mal; una vez más gracias. Estamos en contacto
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