CAPÍTULO 3
INOCENCIA Y TERNURA AZUL.


3
-¡Santiago apúrate...!
-Ya voy mami.
-Vamos pequeño, que se me hace tarde para cocinar...
Vamos, hijo, el mercado nos espera... ¡Santiago...!
-Ya voy mamá...
Cómo me gustaba acompañar a mamá todos los sábados y domingos a hacer las comprar para la casa. Ya que papá seguía metido trabajando, escribiendo en aquel cuarto tan oscuro. De la mano de mi madre recorríamos todos lo puestos habituales, necesarios para comprar y llevar a casa los productos de mayor necesidad. Cómo olvidar el puesto de juguetes que se hacía cargo un senil hombre. Un hombre enmudecido por los años y esperando ya casi nada en su vida. Pero, lo curioso fue que, su puesto de juguetería, siempre estaba bien equipado con muchos juguetes y yo siempre de niño cuando pasaba por ahí de la mano de mi madre nos deteníamos, mejor dicho, el que se detenía era yo, para ver tantos juguetes juntos. La tecnología todavía no había llegado a los niños. Y un trompo, un montón de canicas y soldaditos de plomo y otras cosas más, era la diversión a plenitud de cada niño y yo no era la excepción.
Un día en esos recorridos habituales de compras, mi madre se detuvo para comprar arroz del bueno, y justo coincidió que el puesto de abarrotes quedaba al frente del puesto de juguetes; yo, aproveché para mirar y deleitarme con los nuevos juguetes que habían traído el senil hombre, y quedé embobado con unas canicas (bolitas) muy bonitas, transparentes y celestes. También observé que el senil hombre estaba totalmente dormido, el cansancio de los años y quizás todo el tiempo que paraba sentado, le devolvían a cada rato, el cansancio y, por ende, el sueño. Y se me vino la lucidez del pecado inocente, me agaché y encontré una bolsa, coincidencia del delito, una mano pequeñita que era la mía, empezaba a hurtar cuantas canicas encontraba aquella mano. Las originales canicas que me habían conquistado por completo. Por los menos fueron veinte canicas que hurté y guardé en mi pantalón sin que nadie se diera cuenta. Sabía muy bien a esa edad que, lo que estaba haciendo, estaba muy mal; pero, una cosa es la novedad y otra cosa es la necesidad. La novedad de tener algo que quizás puedas equivocarte al tenerlo, de la misma forma en que actué yo, y la necesidad de querer algo, que implica tu vida misma y que lamentablemente no puedes tenerlo. Sea cual fuera la razón que me impulsó a hacer aquello, no queda más remedio que decir que estaba mal. Totalmente errado.
Al llegar a casa, mi madre Liz lo descubrió todo. Nunca me había visto aquellas canicas, mejor dicho, no se acordaba de habérmelas comprado. Mas, aquellas canicas tan bonitas de cierta manera no pasaban desapercibidas, y mi madre me empezó a bombardear con varias preguntas, hasta que ató cabos y llegó a una conclusión.
-¡Pequeño eso no se hace...!, ¡Dame todas las canicas...!
-Ya mamá...
Nunca la había visto tan molesta, aunque mi madre Liz nunca me alzó la mano, hasta hora, eso creo; pero aquel día me miró con unos ojos que todavía recuerdo muy vivamente, aún más, ahora a mis veintiocho años los recuerdo más; sobre todo, cuando estoy metido en una situación similar.
Saqué la bolsa donde estaban las demás canicas de mi pantalón y con las otras que estaban a fuera completé las veinte y se las entregué a mi madre en su mano. Ella me dio un beso en la frente y me dijo, quédate ahí pequeño, ya regreso.
Mi madre al regresar a la casa, traía las misma canicas, pero, ya no eran veinte, sino, como cincuenta, y volvió a repetirme que nunca más hiciera lo que hice, y yo le hice caso toda la vida, hasta hora creo... Cuando volvíamos a hacer las compras de la casa y pasábamos por el puesto del senil hombre, él seguía durmiendo por el cansancio y yo ya no le miraba sus juguetes en venta, porque tenía en la mano una rica manzana que comía a gusto y cincuenta canicas muy bonitas y alucinantes.
(...)
-¿Renato viste la película de Bruce Lee...? –le dije a Renato, ya que parte de nuestra conversación era sobre las peleas y películas de Bruce Lee-
-Claro, yo peleo igual que él...
-Yo también Renato... Ahora en el recreo ya no juguemos a la pelota sino a las peleas...
-Ya Santiago... Tú vas a ser el malo de la película, ese gordo que mata a todos y yo voy a ser Bruce Lee, ¿ya?.
-Ya, pero ¿Después cambiamos...?
-Ya, está bien...
-Ahora Renato déjame darle un beso a Roxana.
-Apúrate Santiago, que yo también quiero darle un beso...
Y otra vez los dos le seguíamos dando besos a Roxana, y ella se seguía limpiando la dos mejillas con sus dos manitos blancas, pero eso sí, nunca nos acusó... Bendita niña, ahora ya serás una mujer, si supieras que cada recuerdo tuyo siempre es una sonrisa que me levanta el ánimo en cada momento triste. Ojalá te encuentres bien, Ojalá...
Y ya no jugábamos a la pelota, sino, a las peleas basadas todas en las películas de Bruce Lee. Renato era un niño más alto que yo, pero yo era más ágil... Por ahí que le hacía la guerra, pero él siempre ganaba y después nos tocaba pelear en pareja con otros niños y así alucinábamos cada mañana en ser Bruce Lee. Nunca voy a olvidar cuando un niño de otro salón, creo que era del salón rojo, más grande que yo y más fuerte, me metió una patada en la retaguardia, nadie le había invitado a la pelea o al juego bruto. Y seguía él en guardia animándome a que peleara con él, yo prácticamente me chupé, porque todo era una mentira y nada era de verdad. Jugábamos a las peleas para divertirnos... aquel niño, seguía en guardia, buscándome la pelea... Cuando otra vez el niño rojo se disponía a tirarme otra patada supuestamente de Bruce Lee, Renato, lo empujó y le metió una patada por detrás como él mismo me había golpeado. Y ahora era Renato quien se ponía en posición de guardia hacia él. El niño del salón rojo no se chupó y empezó la pelea de verdad. Renato, a la edad de cuatro años iba bien al golpe y el otro niño tampoco no se quedaba atrás. Todas las películas de Bruce Lee quedaron pequeñitas al lado de tan buena pelea. Hasta que vino la auxiliar y los separó. Todos gritaban de euforia, abrazaban a cada uno de sus peleadores... A Renato se lo llevaron a la dirección y al niño del salón rojo también. Llamaron a sus padres, le hicieron la recomendación del caso, y el llamado de atención, fue muy necesario para los dos niños que de cierta manera se estaban pelando de verdad. Cuando llegó Renato al salón, me miró con una sonrisa y me dijo:
-Jajajaja... ¡Qué tal!, ¡Viste como le pegué!
-Sí Renato, pero, ¿Qué te hicieron en la dirección?
-Jajajaja, nada, no te preocupes, mi papito es abogado...
-¿Y ahora jugaremos a la pelea otra vez?
-No Santiago, juguemos a la pelota, y cuando todos se olviden, jugamos otra vez a la pelea...
-Pero ahora Renato, yo soy Bruce Lee...
-Está bien Santiago, con tal que no te dejes dar otra patada jajajaja...
-¿No me acusaste Renato, no...?
-No Santiago, para nada, yo fui quien le pegué, tú no... Ahora me ha provocado darle otro beso a Roxana... ¿Qué dices...?
-Sí vamos...
Cuando Roxana recibió los dos besos, sólo usó una mano, una mano para limpiarse una mejilla, y era la mejilla donde yo le había besado... Y la otra no se la limpió, porque para ella y par todos, mi amigo Renato era ya el sucesor de Bruce Lee... El que le había pegado a un niño que pertenecía a otro salón, al salón rojo. ¡Qué viva Renato!
(...)
Leonardo, siempre lloraba, más aún, cuando su mamá lo dejaba en el nido. Pero después de tanto lloriqueo se calmaba. Un día le tocó sentarse con Roxana, y creo que le hizo bien... Roxana, era una niña que te podía hacer olvidar cualquier llanto, incluso, hasta la necesidad de sentir hambre. Leonardo, se reía con ella y ella también se reía con él. Renato y yo estábamos sentados atrás mirando aquella escena, con todos los celos que nos mataba. Tanto así, que planeábamos juntos la manera de hacerle llorar al pobre Leonardo, ya que creíamos que nos estaba quitando a nuestra novia... Uno de los planes era jugar a la pelea con él, pero todavía estaba fresco lo del niño del salón rojo, nunca supe el nombre de aquel niño y tampoco quiero saberlo. ¿Para qué...?
Otro plan era ensuciarle su mandil con cualquier color de plumón a la mano, el otro plan era aventarle la pelota de trapo en la espalda y en fin, así Renato y yo nunca nos poníamos de acuerdo. Hasta que otro niño llamado Mario, de figura mediana, empezó a remedar el llanto del pobre Leonardo cuando lloraba; pero, Mario lo hacía de una manera tan chistosa que a todos nos hacía reír. Incluso a Roxana que estaba sentada al lado de Leonardo. Leonardo, se armó de valentía y con mucha rabia, fue corriendo al encuentro de Mario a punto de trompadas... Creo que unos de los motivos que le impulsó a Leonardo a pelear con Mario, fue porque que quería demostrarle a Roxana que él también peleaba como Bruce Lee, que no solamente era un llorón como todos decían en el nido, sobre todo, en el salón azul.
La pelea lamentablemente resultó a favor de Mario, y Leonardo como siempre, como antes y como ahora, seguro, siguió llorando, sentado en su carpeta tapándose la cara con los brazos... Pero, el favor que nos hizo Mario, sin querer, que quede bien claro, sin querer señores, resultó a favor de Leonardo. Roxana, la niña más bonita del salón azul lo estaba consolando en su llanto, acariciándole el cabello y diciéndole a Leonardo que ya no llorase... Y creo que mi amigo Leonardo empezó a llorar más fuerte, seguro, para así poder sentir sin ningún apuro en su cabeza, las delicadas manitos de aquella niña que me había robado el alma. Renato y yo nos quedamos plasmados en el silencio sin decir nada, totalmente mudos, sólo Renato, después de un buen rato y enseñándome la pelota de trapo a duras penas me dijo:
-¿Ahora a quién le toca tapar...?, Ya me cansé de estar como un tonto en el arco.
-No te preocupes Renato, ahora yo voy a tapar...
Leonardo, seguía llorando, y Roxana nuestra musa de todas las estaciones, lo seguía consolando... Ironías de la vida, ironías de la vida y más vida, de un salón azul. ¡Bien hecho, Leonardo…!
(...)
-¡Otra vez traes los pantalones molidos, Santiago...! –Me gritaba mi madre Liz, cada viernes que regresaba a casa después del nido-
-Es que mamita me caí y no pude caer bien.
-Ay pequeño, que coincidencia ¿no?, todos los viernes te caes... Ya son cinco pantalones que están rotos a la altura de tus rodillas, no te das cuenta amor...
-¿Cinco mami...?, no creo...
-Entonces Santiago, quién crees que te la lava la ropa, la vecina...
-No mami, la vecina, no...
Era lógico que mi madre Liz reaccionara así, mis rodias parecían navajas prestadas del gran personaje de ficción de una canción “Pedrito Navaja”. Y como aquello se mantiene en el tiempo y hasta hora. No lo digo por los pantalones rotos... Sino, porque siempre los viernes para uno creo yo, es el día de relleno, es un día de “Por fin viernes, a lo que salga”, “Por fin viernes, a descansar”, “Por fin viernes, mañana no hay colegio...”, “Por fin, etc, etc...” expresiones tan comunes de todo el mundo, de todo hombre... Ahora me pongo a pensar de una manera lógica, muy lógica, ya sea en el trabajo, en la escuela, en la universidad, en la casa etc... En este caso en el nido... Siempre los lunes llegamos limpios con ganas de hacer las cosas bien, y concentrados en todo lo fundamental que nos compete; pero, cuando llega el viernes, creo, inconscientemente, nuestro cuerpo nos pide liberación, libertad, y salvación. Por ejemplo, desde que tengo uso de razón, siempre en casa salíamos a almorzar a la calle todos los viernes, mi madre cuando estaba de vacaciones no cocinaba... Y creo que hacía bien, seguro aburrida de pensar que mañana qué se iba a preparar para comer. Yo los viernes en aquel nido, me liberaba de todo, y no sólo yo, sino, todos los niños. Cuando llegaba el viernes, nos sacábamos los mandiles, loncheras de arco y empezábamos a jugar sin parar a la pelota. Yo paraba en el piso lustrándolo de rodillazos y no me importaba nada, qué le puede importar a un niño de cuatros años algo... Sólo jugar y darle besitos en la mejilla a la niña más bonita de un salón azul, Roxana. Benditos tiempos, que ya no volverán.
Mi madre un día salió con la solución a mi problema de los pantalones rotos, y en una tarde, mirándome con ternura me dijo:
-Ahora Santiago vas a utilizar parches...
-¿Parches...?
-Sí hijo, no me sobra la plata ni a tu papá tampoco para comprarte cada semana un pantalón nuevo...
-Pero mamá se ve feo el pantalón con un parche...
-Que le vamos a hacer hijo, tú no vas al nido solamente para jugar, si no también para aprender.
-Está bien mamá...
Cuando fui al nido con aquellos parches azules, inauguré una moda que en menos de una semana, todos los del salón azul incluso las niñas imitaron también. Incluso Renato, pero después me enteré que Renato le rogó a su madre Laura que le pusiera parches a su pantalón, sin necesitarlo, ya que él no mucho agujereaba los pantalones o bueno, creo que tenía un almacén de ropa que no utilizaba y creo que ni se acordaba.
Después, fue una moda en todo el nido, cada uno con un par de parches, ya sea pequeño o grande, pero del mismo color del mandil o del mismo color del salón a que pertenecía; y mi madre ya no tenía que preocuparse de los viernes de infarto. Por fin... y como sigo pensando y diciendo que los viernes “Por fin a lo que salga”, “Por fin, etc... etc...” Es mejor así señores.
(...)
-Renato, ahora me toca a mí ser el primero en darle un beso a Roxana...
-¿Por qué tú primero Santiago...?
-Porque tengo unos parches de color azul...
-Ah verdad, yo mañana también me pongo unos así... Pero más grandes... ¡Apúrate que está distraída!.
-Ya Renato, ahí voy...
-Ya voy mami.
-Vamos pequeño, que se me hace tarde para cocinar...
Vamos, hijo, el mercado nos espera... ¡Santiago...!
-Ya voy mamá...
Cómo me gustaba acompañar a mamá todos los sábados y domingos a hacer las comprar para la casa. Ya que papá seguía metido trabajando, escribiendo en aquel cuarto tan oscuro. De la mano de mi madre recorríamos todos lo puestos habituales, necesarios para comprar y llevar a casa los productos de mayor necesidad. Cómo olvidar el puesto de juguetes que se hacía cargo un senil hombre. Un hombre enmudecido por los años y esperando ya casi nada en su vida. Pero, lo curioso fue que, su puesto de juguetería, siempre estaba bien equipado con muchos juguetes y yo siempre de niño cuando pasaba por ahí de la mano de mi madre nos deteníamos, mejor dicho, el que se detenía era yo, para ver tantos juguetes juntos. La tecnología todavía no había llegado a los niños. Y un trompo, un montón de canicas y soldaditos de plomo y otras cosas más, era la diversión a plenitud de cada niño y yo no era la excepción.
Un día en esos recorridos habituales de compras, mi madre se detuvo para comprar arroz del bueno, y justo coincidió que el puesto de abarrotes quedaba al frente del puesto de juguetes; yo, aproveché para mirar y deleitarme con los nuevos juguetes que habían traído el senil hombre, y quedé embobado con unas canicas (bolitas) muy bonitas, transparentes y celestes. También observé que el senil hombre estaba totalmente dormido, el cansancio de los años y quizás todo el tiempo que paraba sentado, le devolvían a cada rato, el cansancio y, por ende, el sueño. Y se me vino la lucidez del pecado inocente, me agaché y encontré una bolsa, coincidencia del delito, una mano pequeñita que era la mía, empezaba a hurtar cuantas canicas encontraba aquella mano. Las originales canicas que me habían conquistado por completo. Por los menos fueron veinte canicas que hurté y guardé en mi pantalón sin que nadie se diera cuenta. Sabía muy bien a esa edad que, lo que estaba haciendo, estaba muy mal; pero, una cosa es la novedad y otra cosa es la necesidad. La novedad de tener algo que quizás puedas equivocarte al tenerlo, de la misma forma en que actué yo, y la necesidad de querer algo, que implica tu vida misma y que lamentablemente no puedes tenerlo. Sea cual fuera la razón que me impulsó a hacer aquello, no queda más remedio que decir que estaba mal. Totalmente errado.
Al llegar a casa, mi madre Liz lo descubrió todo. Nunca me había visto aquellas canicas, mejor dicho, no se acordaba de habérmelas comprado. Mas, aquellas canicas tan bonitas de cierta manera no pasaban desapercibidas, y mi madre me empezó a bombardear con varias preguntas, hasta que ató cabos y llegó a una conclusión.
-¡Pequeño eso no se hace...!, ¡Dame todas las canicas...!
-Ya mamá...
Nunca la había visto tan molesta, aunque mi madre Liz nunca me alzó la mano, hasta hora, eso creo; pero aquel día me miró con unos ojos que todavía recuerdo muy vivamente, aún más, ahora a mis veintiocho años los recuerdo más; sobre todo, cuando estoy metido en una situación similar.
Saqué la bolsa donde estaban las demás canicas de mi pantalón y con las otras que estaban a fuera completé las veinte y se las entregué a mi madre en su mano. Ella me dio un beso en la frente y me dijo, quédate ahí pequeño, ya regreso.
Mi madre al regresar a la casa, traía las misma canicas, pero, ya no eran veinte, sino, como cincuenta, y volvió a repetirme que nunca más hiciera lo que hice, y yo le hice caso toda la vida, hasta hora creo... Cuando volvíamos a hacer las compras de la casa y pasábamos por el puesto del senil hombre, él seguía durmiendo por el cansancio y yo ya no le miraba sus juguetes en venta, porque tenía en la mano una rica manzana que comía a gusto y cincuenta canicas muy bonitas y alucinantes.
(...)
-¿Renato viste la película de Bruce Lee...? –le dije a Renato, ya que parte de nuestra conversación era sobre las peleas y películas de Bruce Lee-
-Claro, yo peleo igual que él...
-Yo también Renato... Ahora en el recreo ya no juguemos a la pelota sino a las peleas...
-Ya Santiago... Tú vas a ser el malo de la película, ese gordo que mata a todos y yo voy a ser Bruce Lee, ¿ya?.
-Ya, pero ¿Después cambiamos...?
-Ya, está bien...
-Ahora Renato déjame darle un beso a Roxana.
-Apúrate Santiago, que yo también quiero darle un beso...
Y otra vez los dos le seguíamos dando besos a Roxana, y ella se seguía limpiando la dos mejillas con sus dos manitos blancas, pero eso sí, nunca nos acusó... Bendita niña, ahora ya serás una mujer, si supieras que cada recuerdo tuyo siempre es una sonrisa que me levanta el ánimo en cada momento triste. Ojalá te encuentres bien, Ojalá...
Y ya no jugábamos a la pelota, sino, a las peleas basadas todas en las películas de Bruce Lee. Renato era un niño más alto que yo, pero yo era más ágil... Por ahí que le hacía la guerra, pero él siempre ganaba y después nos tocaba pelear en pareja con otros niños y así alucinábamos cada mañana en ser Bruce Lee. Nunca voy a olvidar cuando un niño de otro salón, creo que era del salón rojo, más grande que yo y más fuerte, me metió una patada en la retaguardia, nadie le había invitado a la pelea o al juego bruto. Y seguía él en guardia animándome a que peleara con él, yo prácticamente me chupé, porque todo era una mentira y nada era de verdad. Jugábamos a las peleas para divertirnos... aquel niño, seguía en guardia, buscándome la pelea... Cuando otra vez el niño rojo se disponía a tirarme otra patada supuestamente de Bruce Lee, Renato, lo empujó y le metió una patada por detrás como él mismo me había golpeado. Y ahora era Renato quien se ponía en posición de guardia hacia él. El niño del salón rojo no se chupó y empezó la pelea de verdad. Renato, a la edad de cuatro años iba bien al golpe y el otro niño tampoco no se quedaba atrás. Todas las películas de Bruce Lee quedaron pequeñitas al lado de tan buena pelea. Hasta que vino la auxiliar y los separó. Todos gritaban de euforia, abrazaban a cada uno de sus peleadores... A Renato se lo llevaron a la dirección y al niño del salón rojo también. Llamaron a sus padres, le hicieron la recomendación del caso, y el llamado de atención, fue muy necesario para los dos niños que de cierta manera se estaban pelando de verdad. Cuando llegó Renato al salón, me miró con una sonrisa y me dijo:
-Jajajaja... ¡Qué tal!, ¡Viste como le pegué!
-Sí Renato, pero, ¿Qué te hicieron en la dirección?
-Jajajaja, nada, no te preocupes, mi papito es abogado...
-¿Y ahora jugaremos a la pelea otra vez?
-No Santiago, juguemos a la pelota, y cuando todos se olviden, jugamos otra vez a la pelea...
-Pero ahora Renato, yo soy Bruce Lee...
-Está bien Santiago, con tal que no te dejes dar otra patada jajajaja...
-¿No me acusaste Renato, no...?
-No Santiago, para nada, yo fui quien le pegué, tú no... Ahora me ha provocado darle otro beso a Roxana... ¿Qué dices...?
-Sí vamos...
Cuando Roxana recibió los dos besos, sólo usó una mano, una mano para limpiarse una mejilla, y era la mejilla donde yo le había besado... Y la otra no se la limpió, porque para ella y par todos, mi amigo Renato era ya el sucesor de Bruce Lee... El que le había pegado a un niño que pertenecía a otro salón, al salón rojo. ¡Qué viva Renato!
(...)
Leonardo, siempre lloraba, más aún, cuando su mamá lo dejaba en el nido. Pero después de tanto lloriqueo se calmaba. Un día le tocó sentarse con Roxana, y creo que le hizo bien... Roxana, era una niña que te podía hacer olvidar cualquier llanto, incluso, hasta la necesidad de sentir hambre. Leonardo, se reía con ella y ella también se reía con él. Renato y yo estábamos sentados atrás mirando aquella escena, con todos los celos que nos mataba. Tanto así, que planeábamos juntos la manera de hacerle llorar al pobre Leonardo, ya que creíamos que nos estaba quitando a nuestra novia... Uno de los planes era jugar a la pelea con él, pero todavía estaba fresco lo del niño del salón rojo, nunca supe el nombre de aquel niño y tampoco quiero saberlo. ¿Para qué...?
Otro plan era ensuciarle su mandil con cualquier color de plumón a la mano, el otro plan era aventarle la pelota de trapo en la espalda y en fin, así Renato y yo nunca nos poníamos de acuerdo. Hasta que otro niño llamado Mario, de figura mediana, empezó a remedar el llanto del pobre Leonardo cuando lloraba; pero, Mario lo hacía de una manera tan chistosa que a todos nos hacía reír. Incluso a Roxana que estaba sentada al lado de Leonardo. Leonardo, se armó de valentía y con mucha rabia, fue corriendo al encuentro de Mario a punto de trompadas... Creo que unos de los motivos que le impulsó a Leonardo a pelear con Mario, fue porque que quería demostrarle a Roxana que él también peleaba como Bruce Lee, que no solamente era un llorón como todos decían en el nido, sobre todo, en el salón azul.
La pelea lamentablemente resultó a favor de Mario, y Leonardo como siempre, como antes y como ahora, seguro, siguió llorando, sentado en su carpeta tapándose la cara con los brazos... Pero, el favor que nos hizo Mario, sin querer, que quede bien claro, sin querer señores, resultó a favor de Leonardo. Roxana, la niña más bonita del salón azul lo estaba consolando en su llanto, acariciándole el cabello y diciéndole a Leonardo que ya no llorase... Y creo que mi amigo Leonardo empezó a llorar más fuerte, seguro, para así poder sentir sin ningún apuro en su cabeza, las delicadas manitos de aquella niña que me había robado el alma. Renato y yo nos quedamos plasmados en el silencio sin decir nada, totalmente mudos, sólo Renato, después de un buen rato y enseñándome la pelota de trapo a duras penas me dijo:
-¿Ahora a quién le toca tapar...?, Ya me cansé de estar como un tonto en el arco.
-No te preocupes Renato, ahora yo voy a tapar...
Leonardo, seguía llorando, y Roxana nuestra musa de todas las estaciones, lo seguía consolando... Ironías de la vida, ironías de la vida y más vida, de un salón azul. ¡Bien hecho, Leonardo…!
(...)
-¡Otra vez traes los pantalones molidos, Santiago...! –Me gritaba mi madre Liz, cada viernes que regresaba a casa después del nido-
-Es que mamita me caí y no pude caer bien.
-Ay pequeño, que coincidencia ¿no?, todos los viernes te caes... Ya son cinco pantalones que están rotos a la altura de tus rodillas, no te das cuenta amor...
-¿Cinco mami...?, no creo...
-Entonces Santiago, quién crees que te la lava la ropa, la vecina...
-No mami, la vecina, no...
Era lógico que mi madre Liz reaccionara así, mis rodias parecían navajas prestadas del gran personaje de ficción de una canción “Pedrito Navaja”. Y como aquello se mantiene en el tiempo y hasta hora. No lo digo por los pantalones rotos... Sino, porque siempre los viernes para uno creo yo, es el día de relleno, es un día de “Por fin viernes, a lo que salga”, “Por fin viernes, a descansar”, “Por fin viernes, mañana no hay colegio...”, “Por fin, etc, etc...” expresiones tan comunes de todo el mundo, de todo hombre... Ahora me pongo a pensar de una manera lógica, muy lógica, ya sea en el trabajo, en la escuela, en la universidad, en la casa etc... En este caso en el nido... Siempre los lunes llegamos limpios con ganas de hacer las cosas bien, y concentrados en todo lo fundamental que nos compete; pero, cuando llega el viernes, creo, inconscientemente, nuestro cuerpo nos pide liberación, libertad, y salvación. Por ejemplo, desde que tengo uso de razón, siempre en casa salíamos a almorzar a la calle todos los viernes, mi madre cuando estaba de vacaciones no cocinaba... Y creo que hacía bien, seguro aburrida de pensar que mañana qué se iba a preparar para comer. Yo los viernes en aquel nido, me liberaba de todo, y no sólo yo, sino, todos los niños. Cuando llegaba el viernes, nos sacábamos los mandiles, loncheras de arco y empezábamos a jugar sin parar a la pelota. Yo paraba en el piso lustrándolo de rodillazos y no me importaba nada, qué le puede importar a un niño de cuatros años algo... Sólo jugar y darle besitos en la mejilla a la niña más bonita de un salón azul, Roxana. Benditos tiempos, que ya no volverán.
Mi madre un día salió con la solución a mi problema de los pantalones rotos, y en una tarde, mirándome con ternura me dijo:
-Ahora Santiago vas a utilizar parches...
-¿Parches...?
-Sí hijo, no me sobra la plata ni a tu papá tampoco para comprarte cada semana un pantalón nuevo...
-Pero mamá se ve feo el pantalón con un parche...
-Que le vamos a hacer hijo, tú no vas al nido solamente para jugar, si no también para aprender.
-Está bien mamá...
Cuando fui al nido con aquellos parches azules, inauguré una moda que en menos de una semana, todos los del salón azul incluso las niñas imitaron también. Incluso Renato, pero después me enteré que Renato le rogó a su madre Laura que le pusiera parches a su pantalón, sin necesitarlo, ya que él no mucho agujereaba los pantalones o bueno, creo que tenía un almacén de ropa que no utilizaba y creo que ni se acordaba.
Después, fue una moda en todo el nido, cada uno con un par de parches, ya sea pequeño o grande, pero del mismo color del mandil o del mismo color del salón a que pertenecía; y mi madre ya no tenía que preocuparse de los viernes de infarto. Por fin... y como sigo pensando y diciendo que los viernes “Por fin a lo que salga”, “Por fin, etc... etc...” Es mejor así señores.
(...)
-Renato, ahora me toca a mí ser el primero en darle un beso a Roxana...
-¿Por qué tú primero Santiago...?
-Porque tengo unos parches de color azul...
-Ah verdad, yo mañana también me pongo unos así... Pero más grandes... ¡Apúrate que está distraída!.
-Ya Renato, ahí voy...
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