CAPÍTULO 5

INOCENCIA Y TERNURA AZUL.



5

Mi madre Liz es hija única. Ella siempre me inculcó desde pequeño que los animales, que todos los animales en general, son hijos de Dios. A la edad de cuatro años entendí su explicación, ya que en casa teníamos una gata y una perra. Y para ella, aquellos seres humanos irracionales, donde compartió vivencias insuperables, fueron sus únicos hermanos de toda su vida; tanto así y más, como si fueran hermanos de sangre. Desde cualquier óptica donde se le mire, tal cual es señores.
La gata se llamaba Amanda, todavía la recuerdo, juguetona a pesar de los años, siempre le gustaba dormir en la cocina, nunca se acostumbró a dormir en el lugar que mi madre le había designado. Nunca en su vida atrapó a un ratón o algo que se le parezca; a pesar que, en la lavandería, guardábamos bastante periódicos pasados donde los ratones encontraban abrigo, sobre todo, en las épocas de invierno. Mi madre Liz nunca llegó a matar a ningún ratón, sólo los espantaba, pues la mujer que me dio la vida adoraba y adora tanto a los animales que, si por ella fuera, construiría un arca parecida a la de Noe y reclutaría a todos los animales del mundo para buscarles un mundo mejor. Sobre todo, aquellos animales pobres de amor e indefensos que, siguen siendo victimas por la desgarradora mamo del hombre. Vaya raza la de madre Liz ¿no?, digno de imitar, ¿no creen?...
Y cómo olvidarme de Pelona, la perra más coqueta y gruñona a la vez. Tengo en mis recuerdos una foto de Pelona, que le tomamos mamá y yo en la escalera del antiguo edificio donde vivíamos, antes de mudarnos a ésta casa. Siempre en Magdalena del Mar por supuesto... ay Magdalena, claro que sí. Pelona en aquella foto lucía espléndida, le pusimos en la cola una flor para que se le viera coqueta.
Incluso creo que ella misma sabía que le estábamos tomando una foto, por la forma de posar hacia la cámara fotográfica... -Pelona bella, cómo te extraño... Fuiste de una raza negra única y si alguna vez existió pelo en tu cuerpo fue por error, ya que eras la reina del bronceado canela a pleno sol de mi casa. Un bronceado que engalanaba a cualquier perrito que se te acercaba; para después, con tu cola en movimiento, matarlos con la indiferencia.-
Todavía era muy chico cuando Pelona murió, no llegaba a los trece años, que después del colegio regresé a mi casa y me encontré con la escena más triste de mi vida. Mi madre estaba llorando cual hija perdida por toda la casa... Yo ya me había dado cuenta de lo sucedido, pues, Pelona no había salido a recibirme como hacía todas las tardes después del colegio... Mi padre que no mucho le gustaba lo perros, -bueno, esa es otra historia que más adelante les voy a contar-. La consolaba de una manera comprensiva, mejor dicho, no le decía nada. Porque quizás no era participe de ese original sentimiento y a la vez único, que tan sólo puede existir entre un hombre y un perro. Es muy difícil en estos casos aconsejar cuando quizás no se haya tenido la experiencia de lo vivido.
Pero, son tan impresionantes los casos en éste mundo, más aún, cuando existe un amor animal, ya sea racional o irracional que, creo yo, no hay límites para medirlo. Por ejemplo: una vez, una amiga me contó que una prima suya, tenía un perro de raza Dogo, raza fuerte y temperamental. Y como era lógico la prima daba la vida por su perro. Lamentablemente, por circunstancias de la vida éste perro de raza temperamental se cayó de un segundo piso al jardín que estaba lleno de piedras en plena construcción. Que mala suerte del “perrito”... La dueña del perro, la prima de mi amiga, sintió el golpe, creo, antes de haberlo escuchado, una corazonada, como cualquier madre que presiente que su hijo está en peligro. Valgan verdades señores. Ella salió corriendo al jardín guiada por ese corazón de madre abnegada. Cuando llegó al jardín, no podía creer lo que estaba pasando. No podía creer lo que sus ojos estaban viendo. El Dogo de temperamento fuerte, se estaba desangrando producto de la caída y de las piedras instaladas en el jardín. La prima de mi amiga, a gritos pidió ayuda, no lo podía creer, y en un llanto de pobreza emocional se entregó con todas sus fuerzas a tratar de cargar al pobre perrito que, de perrito no tenía nada. Era un Dogo que parecía más bien un potrillo luchador, un potrillo blanco. Al final llegó el padre, el hermano y se lo llevaron al veterinario.
Bueno, no sé si será verdad lo que después me contó mi amiga; pero, por ese amor tan verdadero, por ese hermano menor que sólo pide cariño y abrigo, y porque también yo, lo he sentido así... ah, se me olvidaba, y porque también el amor lo puede todo, estoy seguro que, no existe ninguna duda, fue verdad lo que me contó mi amiga. Mejor dicho, yo sí le creo, aunque hubiese sido una mentira.-paso a contarles el meollo del asunto.-
El Dogo temperamental había perdido mucha sangre, también mucha ganas de vivir, se había caído de cabeza y sus dos patitas de adelante se le habían fracturado... Láser, así se llamaba el herido, no tenía muchas esperanzas de vida, pobre perrito de raza Dogo de temperamento fuerte. Cuenta mi amiga que el veterinario urgente, ipso facto, pidió una donación y transfusión de sangre para el perrito mal herido, mal caído y mal de todo. Y acá viene lo extraordinario, lo indescriptible, lo abnegado y, sobre todo, la fuerza de aquel motor del amor incondicional, partidario de un sacrificio y más aún de un verdadero compromiso.
La prima de mi amiga sin imaginar, sin pensar, sin calcular y sin nada. Aunque hubiese habido miles de donantes nunca los pensó. Nunca los buscó. Porque ella misma, con todo el amor del mundo, donó su sangre para que salvaran a su perrito que, como ya les dije antes señores, de perrito no tenía nada; porque echado ahí, en aquel quirófano canino, parecía un animal racional, un ser humano como cualquiera. No, error, como cualquiera no, sino, único e irremplazable, para quien lo tiene.
La transfusión de sangre fue un éxito, fueron compatibles tanto ella como el “perrito”. Y el final, de toda esta apasionante historia, fue un final feliz. Después de un par de meses, Láser, siguió corriendo como un potrillo luchador y, su dueña, la prima de mi amiga, siguió queriéndole, me imagino, hasta un final celestial.
Ahora no sé si será verdad; pero yo sólo me quedo con la intención de salvar una vida... Con eso es más que suficiente para mí y creo que para quien esté leyendo este libro.
Y estoy seguro que mi madre Liz hubiese dado también su sangre por Pelona, aunque Pelona murió de un mal respiratorio donde nada se pudo hacer, amaneció muerta y nadie se dio cuenta hasta que mi madre la empezó a buscar por toda la casa. Mi padre, estaba metido en su cuarto de creación escribiendo y yo en el colegio, rutinaria vida de uniforme y de libros. Pero bueno, tenía que ser así, si mi madre Liz fue quien recogió a Pelona de la calle abandonada a su suerte, entonces, ella misma tenía que verla muerta y, con todo el dolor del mundo, ser ella misma que le diera el último adiós. Y así fue.
La enterramos en el jardín de la casa. Todavía sigue ahí la cruz y todavía sigue ahí mis mejores recuerdos, porque todavía sigue mi madre llorando por Pelona y porque yo todavía sigo pensando que al llegar a casa, que ella, Pelona, me saldrá a recibir como hizo todos los trece años que mis ojos la pudieron ver. Bueno, bueno, bueno, que pena, así es la vida señores.
La gata Amanda, se fue de la casa al año de que Pelona murió. Creo yo que el señor olvido se enamoró de la gata. Se enamoró bien, porque nunca más supimos de ella. Mi madre otra vez en un mar de lágrimas, incluso, siempre antes de dormir, le dejaba comida en la cocina, en el mismo lugar donde ella podía estar tranquila. Dicen que lo gatos siempre nos abandonan, también dicen que los gatos te ven de tú a tú, nada de esclavos ni de pajes. Ellos son lo que son. Y si no te gusta su filosofía felina, ahí tienes las consecuencias, chau y, si me acuerdo, ya es muy tarde. Benditos animales de por vida. Animales de siete vidas... y cómo dicen que no hay nada de qué sorprendernos ya... Si tan sólo nos quedáramos quietos por un minuto y miráramos a nuestro alrededor, comprenderíamos muy bien de que la vida no es tan apresurada y no nos cansaríamos de sorprendernos de ella... Maravillosamente de ella; y quizás, uno de ustedes me podrá dar información de mi gata Amanda, porque su comida se sigue enfriando aquí en casa y el sereno de la noche se está engordando de tanto comer. .. Y mi madre, poniéndose cada día más vieja, porque sus dos hermanitos, los únicos de su vida, ya no están con ella y eso es lo más difícil de aceptar.
En el cielo ya tendrás pelo Pelona... y tú Amanda, seguro ya estarás más viejita y...

(...)

Volvamos de nuevo a mis cuatros años. Era el mes de diciembre y en Lima el sol nos conquistaba con su luz devastadora y radiante.

-Papá, ¿Adónde vamos...?
-Vamos a la playa Santiago, ya tienes cuatro años y es hora que conozcas el mar...
-¿El mar...?, eso que parece un río azul papá... eso que sale en los libros, en la televisión...
-Eso mismo hijo, pero el mar es más grande y más fuerte...
-¿Más fuerte que la tierra papá...?
-Sí hijo, es lo más hermoso que la naturaleza nos ha regalado...
-¡Hala!, ¡hala!, ¿Papá puedo llevar mi carrito...?
-No hijo, más bien lleva la pelota... Esa que te regalé para tu cumpleaños...
-Ya papá, voy a buscarla...

Muy pocas veces mi padre se salía de su rutina vida de escritor; pero, cuando lo hacía yo pasaba los mejores momentos de mi vida con él. Lo que no disfrutábamos en una semana él lo recuperaba en un día. Fue él quien me presento al universo mar a pleno sol y desde ahí empecé a creer en las bondades de la naturaleza. Mi padre con sus lentes negros, su polo blanco, su pantalón corto de color azul y sus sandalias a su medida. Yo con un sombrero playero, un pantalón corto de color negro, mis sandalias pequeñitas y mi pelota a la medida de un mundial. Tomamos un taxi, en una avenida conocida con el nombre de la avenida del Ejército. Y nos enrumbamos mi padre y yo a explorar las bondades de la naturaleza. Yo estaba fascinado de aquel mar gigantesco, totalmente azulado con toda la gente mostrando sus cuerpos con muy poca ropa. Realmente estaba maravillado y desesperado por pisar la arena para correr y jugar. Mi padre me iba explicando algunas cosas que no conocía y a la vez me enseñaba lo que no se puede aprender en una escuela... Yo, realmente no le tomaba atención, y era lógico, estaba idiotizado de aquel mundo que no conocía, que sólo lo había visto en libros y en un aparato llamado televisor.

-¿En dónde señor...? –le preguntó el chofer del taxi a mi padre-
-En la playa Redondo por favor...

Redondo, se llama la playa que visité por primera vez al lado de mi padre. En ese entonces, era unas de las mejores playas del litoral Costa Verde. Y aquello se debía no sólo a las buenas olas o al clima radiante que nacía en aquella playa tan hermosa; sino, a las mejores mujeres tan bellas que se instalaban ahí para entregarse al sol. Las mejores mujeres de Lima. Todavía no estaba de moda las playas del sur o del norte. Magdalena, Miraflores, Barranco y Chorrillos cautivaban con sus bellezas femeninas y sus playas le daban la razón.
Es ahí donde aprendí también, a esa edad, a mirar a las mujeres como mi padre las miraba de los pies hasta la cabeza. También yo sacaba pecho y manos a la cintura y a mirar por naturaleza lo que un hombre le mira a una mujer. No saben cómo me sentí... tan orgulloso de mi padre, el superhéroe, el ser más perfecto y, sobre todo, mi primer amigo.
Mi padre me bañaba de bloqueador por toda la espalda piernas y cara. Después él procedía a echarse y se echaba bloqueador de una manera que llamase la atención; y yo otra vez le imitaba... imitaba sus posturas y gestos sin que él se diera cuenta. Bueno, eso era lo yo creía. Terminábamos de lucirnos con el bloqueador y buscamos un espacio libre en la arena para así ponernos a jugar a la pelota.

-Con las dos piernas Santiago, primero con la derecha y después con la izquierda...
-No puedo papá.
-Sí puedes hijo...
-Ya papá.
-Eso hijo, así hijo, ya ves que sí puedes.

Nos quedábamos jugando así por varias horas, y después, mi padre me cargó por todo lo alto y hacia las olas nos zambullimos con sonrisas y lluvias de emociones. Mi primera impresión con el mar, con las olas y con la arena fue de respeto. Pero a la medida que mi padre me zambullía debajo de las olas, todo era maravilloso y desafiante. Y estuvimos no se cuantas horas en el mar, nadando, sonriendo, jugando y hasta peleando, recordando las peleas de Bruce Lee cuando él (Bruce Lee) peleaba en el mar con un montón de chinitos flacuchentos. Que felices épocas, en la pantalla de mi recuerdo, aflora la ternura azul y la inocencia de un niño que siempre buscó una sonrisa y gracias a Dios siempre la encontró, quizás porque la familia siempre estuvo ahí o quizás porque nunca me enseñaron a llorar. Eso, llorar, se aprende, estando solo.
Ya en todo aquel verano fuimos a la playa con mi madre Liz, los tres juntos... Y mi padre ya no miraba a las mujeres de la misma forma como las miraba cuando estaba conmigo, ni se echaba bloqueador de una manera exagerada jajajaja – Ay papá, como disimulabas a las miradas de soslayo de mi madre Liz, pero por ratos se te iba la vista y no podías aguantarte. La naturaleza del hombre- Así me pude dar cuenta de muchas cosas que a la edad de cuatro años a uno le puede parecer una tontería. Pero eso sí, no tan claro que digamos.
Y yo era libre, corría, nadaba, jugaba y exploraba el mundo tomándome todo el tiempo necesario. Aquel tiempo donde cada día, ahora a mis veintiocho años, con tristeza, no puedo detener.



-Ahora Santiago te cepillas los dientes y a la camita...
-Ya mami... ¿Pero puedo ver tele...?
-No santiago, ya es tarde... Mira cómo Pelona está durmiendo y Amanda también...
-Ya mami me voy a dormir...
-Muy bien Santiago, además mañana tienes que ir al nido...

Apenas mi madre decía aquella palabra, se me venía a la mente la carita de Roxana, la pelota de trapo, la risa de Renato, las ocurrencias de Mario, y las lágrimas del llorón de Leonardo... Ya estaba en mi cama tratando de dormir porque sabía muy bien que mañana iba a estar con mi otra familia, en mi otra casa; y porque tenía unas ganas de besar a Roxana, la niña que siempre me devolvía el sueño. Todo el sueño, para soñar otra vez con ella, siempre, siempre y siempre.




Comentarios

  1. Campo de almas, gracias por tu comentario. Yo también estoy siguiendo la novela de RC, que buena pluma, y que buena novela. Oye una consulta, ¿cómo te llamas?... bueno, en fin... cuidate mucho y buena suerte. Gracias por leer.

    Iván.

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  2. Hola, a mi también me gustan los perros y los gatos, mi nombre es Marybel, chao y cuídate mucho.

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  3. Marybel bonito nombre y mucho gusto. Gracias nuevamente y cuidate mucho. Ahi te dejo una canción que te nombra.

    Iván.

    http://www.youtube.com/watch?v=Z4jo_ZJSroE

    Spinetta, un genio.

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  4. Gracias por la canción, es muy bonita, otra vez gracias.

    Marybel

    http://www.youtube.com/watch?v=c2a8VzsCGlc

    http://www.youtube.com/watch?v=wZwqJvW8i3Y

    Aca te dejo estos 2 videos de una serie que siempre veo, te la recomiendo

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  5. Gracias Marybel Campo de Almas por los dos videos... de verdad muchas gracias. Allí te dejo una peli que espero que te guste. La peli es Italiana. Sorry por ese dejo español. Un fuerte abrazo.

    Iván.

    Pelicula: Manual del amor.

    http://www.youtube.com/watch?v=hH80XTAoIrY

    http://www.youtube.com/watch?v=0NstLQ1UIP0&feature=related

    http://www.youtube.com/watch?v=kEYIhx78Yrk&feature=related

    http://www.youtube.com/watch?v=brYZ8irI1Rg&feature=related

    ok.

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