INOCENCIA Y TERNURA AZUL

Mi segunda Novela.
Iván Luis Sánchez Córdova.
2006-2007
Iván Luis Sánchez Córdova.
2006-2007
A mi abuela Daría Otcane, porque siempre, siempre y siempre.
1
Así me gritaba todos los días Roxana cada vez que yo le robaba un beso en cualquiera de sus dos mejillas. Sí amigos, todos los días, todas las horas, todos los tiempos. No era el único, también la besaba en la otra mejilla mi amigo de ese entonces, Renato. Y Roxana, siempre se molestaba limpiándose la cara con sus dos manitos tan blancas, pero en el fondo creo que le gustaba, porque casi nunca, por no decir nunca, le acusó a nuestra querida profesora, la señora Frida Rebasa Castro.
Ingresé al nido apenas había cumplido los cuatro años. Era un nido muy acogedor, un lugar totalmente sencillo, muy cerca de mi casa en Magdalena del Mar. Todavía recuerdo cuando mi madre me llevaba de la mano, y por el camino me iba diciendo que no llorase, que aquel lugar era un lugar bonito, que iba a conocer muchos amiguitos, que iba a jugar mucho y a divertirme mucho también. Yo estaba tranquilo, pero no sabía muy bien de qué se trataba todo esto, eso sí, era conciente que mi madre me iba a dejar solo en un lugar que para ella era bonito y que para mí era totalmente desconocido.
Yo tenía un mandil de color plomo, un cuaderno azul forrado en casa con carros de carrera y una lonchera del mismo color y adentro de la misma, cuatro panes con mermelada y un vaso lleno de chicha morada. Era el año ochenta y dos. Todavía no había llegado al Perú las computadoras personales, eso creo, o bueno, nadie las usaba. Pero, lo que sí estoy seguro es que no existían los celulares. A la comparación con el mundo de hoy... puedo decir, que vivíamos prácticamente en un desierto.
Cuando llegamos al nido, mi madre me dejó a manos de un montón de profesoras y ella se quedó parada en la puerta de aquel nido mirándome como me llevaban de la mano hasta los demás niños. Para esto, yo estaba aturdido por la bulla, el llanto y las quejas de casi todos los niños que no querían alejarse de sus madres. Me pusieron en una columna de tantas filas, para luego iniciar la ceremonia de inauguración. Mi madre, al verla, estaba impresionada, porque pensaba que también iba a llorar como los demás niños, y se sorprendió tanto de verme parado solo entre tantos niños con la mirada tan tranquila y esperando cualquier situación inesperada que pudiera suceder desde ese momento hacia a delante. Para mí fue como encontrar otro mundo, desde ahí, hasta el día de hoy, escribiendo (digitando) estas letras, me pude dar cuenta que la soledad formaba un papel importante en mi vida. Una soledad para escribir, otra para acordarme de los buenos y malos recuerdos, otra para poner en claro mis ideas, otra para escuchar música y la otra, la más importante, para imaginarme un mundo mejor. Actualmente a mis veintiocho años puedo decir que mi soledad, sí, mi soledad... no tiene precio. Afortunadamente.
Después de la ceremonia nos hicieron pasar a las aulas. A mí me tocó el aula de color azul. Así las profesoras clasificaban los salones de diferentes colores: azul, rojo, amarillo, verde, naranja y celeste. Cuando entré al salón que me correspondía, observé que todo estaba pintado de color azul, era lógico, era el salón de color azul; pero, para mí, siempre me fue extraño, ya que siempre cuando estoy en algún lugar no me siento muy conforme que digamos y, en ese entonces, quería estar en el salón rojo. Al final me tuve que acostumbrar, de una manera olvidadiza y repetitiva de las cosas, sobre todo, de mi entorno y, bueno, hasta hora creo que soy así, lamentablemente.
Y ahora me pregunto: ¿Cómo no recordar a mi amigo Renato?... Fue el primer amiguito quien me enseñó su lonchera llena de cosas riquísimas. Me acuerdo que su lonchera estaba totalmente llena de bolsas de bocaditos. En ese tiempo los Chizitos, esos bocaditos de color amarillo, que aún existen, estaban recién entrando al paladar de la gente, sobre todo, de los niños. Bueno, yo sólo atinaba a decir, qué rico, pero Renato, siempre trató de demostrar, no sólo a mí, si no a todos los niños de aquel entonces que conformábamos el salón azul, que él, era el que siempre traía las mejores cosas para comer dentro de su lonchera. Mi amigo Renato no se equivocaba. Pero así como fue el primero en mostrarme su lonchera, también fue el primero en mostrarme una pelota de trapo, y como dicen siempre que detrás de una pelota hay un niño, fue entonces, el detonante perfecto para que yo me declarara automáticamente su amigo, sin codiciar su rica lonchera, claro está y menos mal.
Me acuerdo claramente cuando la profesora Frida, aquel primer día de clases, nos preguntó nuestros nombres y apellidos a cada uno de nosotros. Para esto ella tenía ya apuntado en su cuaderno nuestros nombres completos; ah, me olvidaba, también los nombres y apellidos completos de nuestros padres, la profesora Frida también los tenía apuntados en su cuaderno de control.
-A ver niños, empecemos por esta columna, de pie jovencito. ¿Dígame su nombre completo y el nombre de sus padres?
La profesora Frida, con la mirada tierna envolvía al niño Leonardo con ternura y dulzura. El amigo Leonardo con la carita sucia del llanto de entrada, se quedó mudo, volviendo a llorar. Se sentó nuevamente, escondió su cabeza sobre la carpeta y se entregó al largo llanto de su niñez.
-No tienes por qué llorar Leonardito, aquí vas a encontrar buenos amigos y verás que todos jugarán contigo.
Le dijo la profesora Frida al niño Leonardo que no paraba de llorar.
-Bueno jovencitos, aquí tengo en mi cuaderno el nombre completo de todos ustedes y de sus padres también. Pero quiero que cada uno me lo vaya diciendo sin ningún temor, es muy importante conocernos y la presentación es un buen comienzo.
-¿Profesora, cómo se llama usted? -Preguntó mi amigo Renato.
-Muy bien jovencito, esperaba esa pregunta... Eres muy observador. Mi nombre es Frida Rebasa Castro, tengo treinta años y mis padres se llaman: Juan Rebasa y Marilú Castro. Muy bien jovencito ¿Aclarada su duda...?
-Sí profesora...
-Entonces, ahora empecemos por usted, hasta que su amiguito Leonardo se calme. Dígame su nombre completo y el de sus padres.
-Mi nombres es: Renato Carrasco León...
-Muy bien, mucho gusto Renato, bonito nombre...
-Gracias, profesora...
-Y ahora dígame jovencito ¿Cuál es el nombre de su papá y el de su mamá...?
-Mi mamita se llama: Laura León y trabaja en una oficina, es secretaria y siempre me compra chocolates y...
-¿Y su padre? -Interrumpió la profesora.
-Mi padre es Omar Carrasco, él es abogado, gana mucha plata,
todos los días me lleva al cine y siempre me compra mucha ropa y...
-Muy bien Renato, me alegra mucho saber que eres feliz, pero ahora, pasemos a preguntarle a su compañero que está a su costado. Ese compañero era yo. Cuando la profesora me dijo que me pusiera de pie, estaba temblando, su mirada, como ya dije antes, te envolvía de ternura; pero también de miedo. Pues, me hacía sentir que era el único que tenía que decir su nombre y el nombre de sus padres.
-A ver usted jovencito dígame, ¿Cómo se llama...?
Una sonrisa tierna dibujaba toda la fisonomía de la profesora Frida.
-Yo me llamo... Santiago Luis Sánchez Saavedra.
-Muy bien Santiago, mucho gusto... ahora dígame jovencito ¿Cuántos años tiene usted?
-Cuatro profesora... –En ese tiempo, todavía no sabía contar, así que utilicé mis dedos de la mano derecha y le mostré totalmente tímido mi edad...
-¡Cuatro!, muy bien Santiago.
-¿A mí no me ha preguntado mi edad profesora...?
Mi amigo Renato también quería decir su edad, y no le quedó más remedio a la profesora Frida que preguntarle su edad.
-Ah, se me olvidó Renato, disculpe jovencito. Ahora sí ¿Dígame su edad?
-Yo tengo cuatro años, y cumplo cinco el dieciocho de abril y mi papá me ha dicho que me va a llevar de viaje, y después, me va a comprar una bicicleta, un carro y...
-Me alegro mucho Renato, ahí estaremos para saludarte... ahora, continuemos con la presentación de su compañero Santiago. Y yo que pensé que me había librado de las preguntas de la profesora Frida. bueno, no me quedó más remedio que seguir de pie y responder a las preguntas que me hizo la profesora Frida.
-Así que cuatro años, Santiago...
-Sí...
-¿Y cómo se llaman tus padres, Santiago...?
-Mi papá se llama Luis Sánchez.
-Muy bien. ¿Y a qué se dedica...?
Un silencio dibujaba mis labios, pero al instante me acordé del oficio de mi padre.
-¿A qué se dedica tu padre Santiago...? –Me repitió la pregunta la profesora Frida-
-Mi papá es escritor...
-¡Sí!, vaya, qué interesante... ¿Y tu mamá cómo se llama?
-Mi mamá se llama Liz Saavedra...
-Liz, bonito nombre... ¿Y a qué se dedica tu mamá...?
-No sé, sólo sé que es ingeniera...
-¡Qué interesante...!, Tu papá escritor y tu mamá ingeniera, muy interesante. Gracias Santiago, mucho gusto, toma asiento...
A mis cuatro años de edad, la palabra interesante, tenía otro significado. Significaba, una invitación a lo desconocido, a la travesura, y sobre todo, a toda la libertad que yo podía gozar, una libertad infinita, la de jugar a plenitud, la de correr sin cansarme, en fin, todo eso, gracias a la edad de cuatro años. “¡Qué interesante!”.
Así continuó preguntando la profesora Frida a cada uno de nosotros, nuestras edades, nuestros nombres y los nombres y los oficios de nuestros padres. Me acuerdo que algunos compañeros se inventaban los oficios de sus padres. Mi papá es Superman, mi papá es Batman, mi mamá es Astronauta etc y etc. Sacándole varias sonrisas a la profesora Frida y convirtiendo el salón azul en una dosis paterna y materna de superhéroes.
Hasta que le tocó a la niña más bonita del salón azul, Roxana. Le tocó responder las preguntas que le formulaba la profesora Frida. La niña más bonita del salón azul, y creo que la más bonita del todo el nido.
-A ver jovencita... ¿Cómo se llama usted?
-Roxana...
Gracias a Dios, que para ella tengo la memoria intacta. Roxana era una niña muy verdadera, ojos claros, su piel blanca y cómo olvidarme de sus pecas que adornaban su rostro afilando una sonrisa entre cortada. Dice mucha gente que a la edad de cuatro años uno se puede enamorar de la fantasía y pensar sólo en jugar. Mentira, digamos que yo a la edad de cuatro no sabía nada del amor, y creo que hasta hora no sé nada de amores, ni muchos menos enamorarse; pero de que me gustaba aquella niña llamada Roxana, eso sí, lo puedo firmar donde sea y para quien sea.
-¿Tus padres cómo se llaman Roxana?
Volvió a preguntar la profesora Frida.
-Mi mami se llama Rebeca Alvarado y mi papi Johan Chávez.
-Muy bien Roxana, mucho gusto en conocerte –dijo la profesora Frida escuchando el sonido del timbre que significaba el recreo.
-Pueden salir o quedarse en el salón. Recuerden jovencitos que sus loncheras solamente la pueden abrir en el recreo. Coman lo que puedan y si no tienen hambre esperen la hora de salida... Yo creo que a esa hora sí estarán con hambre... jajajaja claro que sí.
Yo salí detrás de Renato que llevaba la pelota de trapo, y ya sin querer queriendo, teníamos a tres amigos que también se unían a jugar con nosotros, después cuatro y así hasta completar un equipo de fútbol. Entre ellos estaba Leonardo, ya no estaba llorando y que bien que jugaba a la pelota, al fútbol. Renato le gustaba tapar pero lo hacía de una manera muy relajada, tapaba llenándose la boca de bocaditos y abría la misma para reírse por los goles que le hacían. Yo creo que no sabía para qué equipo jugaba, creo que nadie sabía eso, porque todos nos dedicábamos solamente a patear una pelota de trapo hacia un arco, que dicho sea de paso, Renato se encargaba de achicar, sobre todo, cuando veía que el rival se estaba acercando. Los arcos eran los mandiles que nosotros dejábamos a un lado por el calor y la transpiración. Cómo tengo tan vivamente la cara de mi amigo Renato, su sonrisa y su boca llena de bocaditos.
El tiempo del recreo se nos hizo humo y, recién me puse abrir mi lonchera, pero eso sí, estoy seguro que yo solo no fui el único, sino, todos los niños de aquel salón azul, todos abríamos nuestras loncheras, para comer lo que habíamos traído. Entonces, es cierto lo que dicen cierta gente, que a esa edad de cuatro años, sólo el jugar es el significado de nuestro pequeño vocabulario tan limitado y a la vez tan importante para el futuro nuestro.
Cuando entré al salón azul, como el niño que era, un niño que no tenía pasado, me acerqué a la niña más bella y por detrás le robé un beso en la mejilla, siendo yo el primero que iniciaba el largo romance fugitivo. Roxana, se empezó a limpiar la mejilla con sus manos de seda, sin molestarse ni acusarme. Pero como arte de magia un sujeto también hizo lo mismo con la otra mejilla de Roxana, ensució su tierna mejilla con la grasa de los bocaditos que había comido... ¿quién era?, quien más pues, mi amigo Renato.
-Roxana, es mi novia, Santiago... Yo me voy a casar con ella, y nos iremos de viaje, así como mi papá me lleva cada vez que puede...
-Todavía estamos muy chiquitos para casarnos, Renato, además yo le di un beso a Roxana como se dan en las telenovelas...
-Yo no veo eso, mi mamá sólo me deja ver televisión hasta las siete de la noche, a esa hora termina el chavo del ocho...
-Mejor hay que comer los que hemos traído... –dije yo cambiando de tema-
-No, yo ya comí... Ahora sólo me falta tomar mi gaseosa. Renato sacó una coca cola, todavía recuerdo esa botella. Esa botella tenía la forma de un cohete -hace tanto tiempo que pasó aquello, que ahora mismo recordando me siento tan viejo-
-Bueno, sí mejor, ya me dio sed... –Yo saqué mi vaso lleno de chicha morada de maíz que me hizo mi madre Liz, parecía una coca cola pero una coca cola sin gas.
-Así que no me hicieron caso jovencitos... ¿Qué les dije...?
Que no se podía comer en el salón de clase... Bueno, que sea la última vez.
Que tierna era mi profesora Frida, ella misma no se creía nada, parecía que era vulnerable a tanta ternura junta, o quizás porque seguramente ya había experimentado la bendición que sólo una mujer puede recibir con gratitud, la bendición de ser madre.
-Ahora abran sus cuadernos, vamos a empezar nuestra primera clase. Comenzaremos con la letra “A” mayúscula y “a” minúscula. Renato en su cuaderno ya tenía la primera hoja rellenada con la letra “A” mayúscula y la “a” minúscula. Algo que nadie podía quitarle era su inteligencia y ese quehacer de estar adelantado en todo. De cierta manera es muy importante siempre llegar a ser el primero. Sobre todo, cuando queremos algo, bueno, en algunos casos.
-Así no Santiago, mira, así se hace… primero le tienes que sacar punta a tu lápiz con el tajador y después…
Renato, me estaba enseñando a hacer mi primera “A” mayúscula y mi primera “a” minúscula, y yo desde aquí utilizando solamente letras mayúsculas te digo amigo Renato, donde quiera que te encuentres, espero que bien: MUCHAS GRACIAS AMIGO RENATO.
Ingresé al nido apenas había cumplido los cuatro años. Era un nido muy acogedor, un lugar totalmente sencillo, muy cerca de mi casa en Magdalena del Mar. Todavía recuerdo cuando mi madre me llevaba de la mano, y por el camino me iba diciendo que no llorase, que aquel lugar era un lugar bonito, que iba a conocer muchos amiguitos, que iba a jugar mucho y a divertirme mucho también. Yo estaba tranquilo, pero no sabía muy bien de qué se trataba todo esto, eso sí, era conciente que mi madre me iba a dejar solo en un lugar que para ella era bonito y que para mí era totalmente desconocido.
Yo tenía un mandil de color plomo, un cuaderno azul forrado en casa con carros de carrera y una lonchera del mismo color y adentro de la misma, cuatro panes con mermelada y un vaso lleno de chicha morada. Era el año ochenta y dos. Todavía no había llegado al Perú las computadoras personales, eso creo, o bueno, nadie las usaba. Pero, lo que sí estoy seguro es que no existían los celulares. A la comparación con el mundo de hoy... puedo decir, que vivíamos prácticamente en un desierto.
Cuando llegamos al nido, mi madre me dejó a manos de un montón de profesoras y ella se quedó parada en la puerta de aquel nido mirándome como me llevaban de la mano hasta los demás niños. Para esto, yo estaba aturdido por la bulla, el llanto y las quejas de casi todos los niños que no querían alejarse de sus madres. Me pusieron en una columna de tantas filas, para luego iniciar la ceremonia de inauguración. Mi madre, al verla, estaba impresionada, porque pensaba que también iba a llorar como los demás niños, y se sorprendió tanto de verme parado solo entre tantos niños con la mirada tan tranquila y esperando cualquier situación inesperada que pudiera suceder desde ese momento hacia a delante. Para mí fue como encontrar otro mundo, desde ahí, hasta el día de hoy, escribiendo (digitando) estas letras, me pude dar cuenta que la soledad formaba un papel importante en mi vida. Una soledad para escribir, otra para acordarme de los buenos y malos recuerdos, otra para poner en claro mis ideas, otra para escuchar música y la otra, la más importante, para imaginarme un mundo mejor. Actualmente a mis veintiocho años puedo decir que mi soledad, sí, mi soledad... no tiene precio. Afortunadamente.
Después de la ceremonia nos hicieron pasar a las aulas. A mí me tocó el aula de color azul. Así las profesoras clasificaban los salones de diferentes colores: azul, rojo, amarillo, verde, naranja y celeste. Cuando entré al salón que me correspondía, observé que todo estaba pintado de color azul, era lógico, era el salón de color azul; pero, para mí, siempre me fue extraño, ya que siempre cuando estoy en algún lugar no me siento muy conforme que digamos y, en ese entonces, quería estar en el salón rojo. Al final me tuve que acostumbrar, de una manera olvidadiza y repetitiva de las cosas, sobre todo, de mi entorno y, bueno, hasta hora creo que soy así, lamentablemente.
Y ahora me pregunto: ¿Cómo no recordar a mi amigo Renato?... Fue el primer amiguito quien me enseñó su lonchera llena de cosas riquísimas. Me acuerdo que su lonchera estaba totalmente llena de bolsas de bocaditos. En ese tiempo los Chizitos, esos bocaditos de color amarillo, que aún existen, estaban recién entrando al paladar de la gente, sobre todo, de los niños. Bueno, yo sólo atinaba a decir, qué rico, pero Renato, siempre trató de demostrar, no sólo a mí, si no a todos los niños de aquel entonces que conformábamos el salón azul, que él, era el que siempre traía las mejores cosas para comer dentro de su lonchera. Mi amigo Renato no se equivocaba. Pero así como fue el primero en mostrarme su lonchera, también fue el primero en mostrarme una pelota de trapo, y como dicen siempre que detrás de una pelota hay un niño, fue entonces, el detonante perfecto para que yo me declarara automáticamente su amigo, sin codiciar su rica lonchera, claro está y menos mal.
Me acuerdo claramente cuando la profesora Frida, aquel primer día de clases, nos preguntó nuestros nombres y apellidos a cada uno de nosotros. Para esto ella tenía ya apuntado en su cuaderno nuestros nombres completos; ah, me olvidaba, también los nombres y apellidos completos de nuestros padres, la profesora Frida también los tenía apuntados en su cuaderno de control.
-A ver niños, empecemos por esta columna, de pie jovencito. ¿Dígame su nombre completo y el nombre de sus padres?
La profesora Frida, con la mirada tierna envolvía al niño Leonardo con ternura y dulzura. El amigo Leonardo con la carita sucia del llanto de entrada, se quedó mudo, volviendo a llorar. Se sentó nuevamente, escondió su cabeza sobre la carpeta y se entregó al largo llanto de su niñez.
-No tienes por qué llorar Leonardito, aquí vas a encontrar buenos amigos y verás que todos jugarán contigo.
Le dijo la profesora Frida al niño Leonardo que no paraba de llorar.
-Bueno jovencitos, aquí tengo en mi cuaderno el nombre completo de todos ustedes y de sus padres también. Pero quiero que cada uno me lo vaya diciendo sin ningún temor, es muy importante conocernos y la presentación es un buen comienzo.
-¿Profesora, cómo se llama usted? -Preguntó mi amigo Renato.
-Muy bien jovencito, esperaba esa pregunta... Eres muy observador. Mi nombre es Frida Rebasa Castro, tengo treinta años y mis padres se llaman: Juan Rebasa y Marilú Castro. Muy bien jovencito ¿Aclarada su duda...?
-Sí profesora...
-Entonces, ahora empecemos por usted, hasta que su amiguito Leonardo se calme. Dígame su nombre completo y el de sus padres.
-Mi nombres es: Renato Carrasco León...
-Muy bien, mucho gusto Renato, bonito nombre...
-Gracias, profesora...
-Y ahora dígame jovencito ¿Cuál es el nombre de su papá y el de su mamá...?
-Mi mamita se llama: Laura León y trabaja en una oficina, es secretaria y siempre me compra chocolates y...
-¿Y su padre? -Interrumpió la profesora.
-Mi padre es Omar Carrasco, él es abogado, gana mucha plata,
todos los días me lleva al cine y siempre me compra mucha ropa y...
-Muy bien Renato, me alegra mucho saber que eres feliz, pero ahora, pasemos a preguntarle a su compañero que está a su costado. Ese compañero era yo. Cuando la profesora me dijo que me pusiera de pie, estaba temblando, su mirada, como ya dije antes, te envolvía de ternura; pero también de miedo. Pues, me hacía sentir que era el único que tenía que decir su nombre y el nombre de sus padres.
-A ver usted jovencito dígame, ¿Cómo se llama...?
Una sonrisa tierna dibujaba toda la fisonomía de la profesora Frida.
-Yo me llamo... Santiago Luis Sánchez Saavedra.
-Muy bien Santiago, mucho gusto... ahora dígame jovencito ¿Cuántos años tiene usted?
-Cuatro profesora... –En ese tiempo, todavía no sabía contar, así que utilicé mis dedos de la mano derecha y le mostré totalmente tímido mi edad...
-¡Cuatro!, muy bien Santiago.
-¿A mí no me ha preguntado mi edad profesora...?
Mi amigo Renato también quería decir su edad, y no le quedó más remedio a la profesora Frida que preguntarle su edad.
-Ah, se me olvidó Renato, disculpe jovencito. Ahora sí ¿Dígame su edad?
-Yo tengo cuatro años, y cumplo cinco el dieciocho de abril y mi papá me ha dicho que me va a llevar de viaje, y después, me va a comprar una bicicleta, un carro y...
-Me alegro mucho Renato, ahí estaremos para saludarte... ahora, continuemos con la presentación de su compañero Santiago. Y yo que pensé que me había librado de las preguntas de la profesora Frida. bueno, no me quedó más remedio que seguir de pie y responder a las preguntas que me hizo la profesora Frida.
-Así que cuatro años, Santiago...
-Sí...
-¿Y cómo se llaman tus padres, Santiago...?
-Mi papá se llama Luis Sánchez.
-Muy bien. ¿Y a qué se dedica...?
Un silencio dibujaba mis labios, pero al instante me acordé del oficio de mi padre.
-¿A qué se dedica tu padre Santiago...? –Me repitió la pregunta la profesora Frida-
-Mi papá es escritor...
-¡Sí!, vaya, qué interesante... ¿Y tu mamá cómo se llama?
-Mi mamá se llama Liz Saavedra...
-Liz, bonito nombre... ¿Y a qué se dedica tu mamá...?
-No sé, sólo sé que es ingeniera...
-¡Qué interesante...!, Tu papá escritor y tu mamá ingeniera, muy interesante. Gracias Santiago, mucho gusto, toma asiento...
A mis cuatro años de edad, la palabra interesante, tenía otro significado. Significaba, una invitación a lo desconocido, a la travesura, y sobre todo, a toda la libertad que yo podía gozar, una libertad infinita, la de jugar a plenitud, la de correr sin cansarme, en fin, todo eso, gracias a la edad de cuatro años. “¡Qué interesante!”.
Así continuó preguntando la profesora Frida a cada uno de nosotros, nuestras edades, nuestros nombres y los nombres y los oficios de nuestros padres. Me acuerdo que algunos compañeros se inventaban los oficios de sus padres. Mi papá es Superman, mi papá es Batman, mi mamá es Astronauta etc y etc. Sacándole varias sonrisas a la profesora Frida y convirtiendo el salón azul en una dosis paterna y materna de superhéroes.
Hasta que le tocó a la niña más bonita del salón azul, Roxana. Le tocó responder las preguntas que le formulaba la profesora Frida. La niña más bonita del salón azul, y creo que la más bonita del todo el nido.
-A ver jovencita... ¿Cómo se llama usted?
-Roxana...
Gracias a Dios, que para ella tengo la memoria intacta. Roxana era una niña muy verdadera, ojos claros, su piel blanca y cómo olvidarme de sus pecas que adornaban su rostro afilando una sonrisa entre cortada. Dice mucha gente que a la edad de cuatro años uno se puede enamorar de la fantasía y pensar sólo en jugar. Mentira, digamos que yo a la edad de cuatro no sabía nada del amor, y creo que hasta hora no sé nada de amores, ni muchos menos enamorarse; pero de que me gustaba aquella niña llamada Roxana, eso sí, lo puedo firmar donde sea y para quien sea.
-¿Tus padres cómo se llaman Roxana?
Volvió a preguntar la profesora Frida.
-Mi mami se llama Rebeca Alvarado y mi papi Johan Chávez.
-Muy bien Roxana, mucho gusto en conocerte –dijo la profesora Frida escuchando el sonido del timbre que significaba el recreo.
-Pueden salir o quedarse en el salón. Recuerden jovencitos que sus loncheras solamente la pueden abrir en el recreo. Coman lo que puedan y si no tienen hambre esperen la hora de salida... Yo creo que a esa hora sí estarán con hambre... jajajaja claro que sí.
Yo salí detrás de Renato que llevaba la pelota de trapo, y ya sin querer queriendo, teníamos a tres amigos que también se unían a jugar con nosotros, después cuatro y así hasta completar un equipo de fútbol. Entre ellos estaba Leonardo, ya no estaba llorando y que bien que jugaba a la pelota, al fútbol. Renato le gustaba tapar pero lo hacía de una manera muy relajada, tapaba llenándose la boca de bocaditos y abría la misma para reírse por los goles que le hacían. Yo creo que no sabía para qué equipo jugaba, creo que nadie sabía eso, porque todos nos dedicábamos solamente a patear una pelota de trapo hacia un arco, que dicho sea de paso, Renato se encargaba de achicar, sobre todo, cuando veía que el rival se estaba acercando. Los arcos eran los mandiles que nosotros dejábamos a un lado por el calor y la transpiración. Cómo tengo tan vivamente la cara de mi amigo Renato, su sonrisa y su boca llena de bocaditos.
El tiempo del recreo se nos hizo humo y, recién me puse abrir mi lonchera, pero eso sí, estoy seguro que yo solo no fui el único, sino, todos los niños de aquel salón azul, todos abríamos nuestras loncheras, para comer lo que habíamos traído. Entonces, es cierto lo que dicen cierta gente, que a esa edad de cuatro años, sólo el jugar es el significado de nuestro pequeño vocabulario tan limitado y a la vez tan importante para el futuro nuestro.
Cuando entré al salón azul, como el niño que era, un niño que no tenía pasado, me acerqué a la niña más bella y por detrás le robé un beso en la mejilla, siendo yo el primero que iniciaba el largo romance fugitivo. Roxana, se empezó a limpiar la mejilla con sus manos de seda, sin molestarse ni acusarme. Pero como arte de magia un sujeto también hizo lo mismo con la otra mejilla de Roxana, ensució su tierna mejilla con la grasa de los bocaditos que había comido... ¿quién era?, quien más pues, mi amigo Renato.
-Roxana, es mi novia, Santiago... Yo me voy a casar con ella, y nos iremos de viaje, así como mi papá me lleva cada vez que puede...
-Todavía estamos muy chiquitos para casarnos, Renato, además yo le di un beso a Roxana como se dan en las telenovelas...
-Yo no veo eso, mi mamá sólo me deja ver televisión hasta las siete de la noche, a esa hora termina el chavo del ocho...
-Mejor hay que comer los que hemos traído... –dije yo cambiando de tema-
-No, yo ya comí... Ahora sólo me falta tomar mi gaseosa. Renato sacó una coca cola, todavía recuerdo esa botella. Esa botella tenía la forma de un cohete -hace tanto tiempo que pasó aquello, que ahora mismo recordando me siento tan viejo-
-Bueno, sí mejor, ya me dio sed... –Yo saqué mi vaso lleno de chicha morada de maíz que me hizo mi madre Liz, parecía una coca cola pero una coca cola sin gas.
-Así que no me hicieron caso jovencitos... ¿Qué les dije...?
Que no se podía comer en el salón de clase... Bueno, que sea la última vez.
Que tierna era mi profesora Frida, ella misma no se creía nada, parecía que era vulnerable a tanta ternura junta, o quizás porque seguramente ya había experimentado la bendición que sólo una mujer puede recibir con gratitud, la bendición de ser madre.
-Ahora abran sus cuadernos, vamos a empezar nuestra primera clase. Comenzaremos con la letra “A” mayúscula y “a” minúscula. Renato en su cuaderno ya tenía la primera hoja rellenada con la letra “A” mayúscula y la “a” minúscula. Algo que nadie podía quitarle era su inteligencia y ese quehacer de estar adelantado en todo. De cierta manera es muy importante siempre llegar a ser el primero. Sobre todo, cuando queremos algo, bueno, en algunos casos.
-Así no Santiago, mira, así se hace… primero le tienes que sacar punta a tu lápiz con el tajador y después…
Renato, me estaba enseñando a hacer mi primera “A” mayúscula y mi primera “a” minúscula, y yo desde aquí utilizando solamente letras mayúsculas te digo amigo Renato, donde quiera que te encuentres, espero que bien: MUCHAS GRACIAS AMIGO RENATO.
Publicaré todos los martes, si Dios me lo permite, cada capítulo de esta novela. Muchas gracias y recuerden que no vale llorar sólo reír.
Hola, como estas, y dime donde se puede conseguir tu novela??, ya los haz publicado???, es un libro autobiográfico??, son varias interrogantes, me atrapo tu novela es muy interesante.
ResponderEliminarGracias,Campos de almas. La novela no está publicada en formato de papel, sólo será por mi blog. Tiene de todo y está también mi bella niñez... un fuerte abrazo y disfruta la novela que, sé que te va a gustar. Y no vale llorar. Iván.
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