CAPÍTULO 8

INOCENCIA Y TERNURA AZUL.



8

-Mami, ¿Cómo nacen los niños?

Todavía me acuerdo de aquella pregunta. Fue una tarde de un lunes de Octubre, justo faltaba un mes para mi cumpleaños.

-Santiago yo...

Mi madre Liz se sonrió tiernamente, pero sin ocultar su repentino asombro por mí pregunta. Y su miraba fue muy rotativa, como pidiendo auxilio. Pero no había nadie, pues Pelona y Amanda, lamentablemente para ella y para nadie, no podían hablar y mi padre como siempre seguía metido en su cuarto escribiendo sin parar e inventándose, quién sabe, qué personaje.
No le quedó de otra a mi madre Liz responderme la pregunta, usando palabras apropiadas para mi corta edad; pero, siempre buscando ese camino que siempre la llevó hacia la verdad. Una verdad absoluta -Por ese entonces- porque yo tenía todo el derecho del mundo de saber cómo había llegado a éste mundo, y mi madre Liz sabía que no podía negarme esa verdad. Mí verdad.
Nos sentamos en el mueble más grande de la sala, y después de sus besos celestiales que a mí me hacían sentir en la gloria y, sobre todo, me hacían sentir el niño más seguro de este planeta, me miró tiernamente y me dijo:

-¿Así que mi vida quieres saber cómo nacen los niños, no?...
-Sí mami, ¿cómo nací yo...?
-Bueno pequeño, empecemos por el principio.
-¿Qué mami es un cuento?
-No precisamente; pero sí es una bonita historia.
-Entonces quiero escucharla.
-Pero no te vayas a dormir, ah...
-No mamá, te lo prometo...

Mi madre Liz hizo un silencio necesario y después de ordenar sus ideas me abrió su corazón de par en par.
Demostrándome que para mí, tenía, tiene y tendrá, todo el tiempo del mundo. Y yo no me cansaba de amarla y de siempre escucharla.

-Tú Santiaguito naciste por la fuerza del amor, ese amor tan grande que tu padre y yo sentimos. Y, sobre todo, por ese amor tan grande que Dios desde allá arriba nos regala sin condiciones, sin cuentas, sin nada, incondicionalmente, un verdadero amor incondicional. Y eso se da mi vida, en cada momento y en…

-No entiendo mami, si es en cada momento, entonces, ¿por qué no tengo otro hermanito?...

-Mira mi vida, déjame terminar... Tu padre y yo, nos queremos mucho, nos amamos y, por ende, te adoramos también... Cuando nos casamos ya te habíamos pensado, y en todas las noches rezábamos mucho pidiéndole a Dios, para que nos ilumine con todo su amor y así te pudiéramos tener tan pronto como él lo decidiera...

-Pero… mami yo...

-Pero nada mi amor, déjame terminar... Cuando nos casamos tu padre y yo decidimos formar una familia. Porque cuando una mujer y hombre se casan tienen todo el derecho de formar su propia familia. Entonces, se besan mucho, se protegen, se cuidan, se aman, se curan mutuamente si están enfermos y, cuando ellos quieren, se preparan para tener un bebito...

-Ah, ¿Entonces yo nací porque papá y tú se amaban mucho...?

-Claro mi vida. Pero seguimos queriéndonos y amándonos, eso que no se te olvide.

-No mami. Entonces si es cierto, que yo estuve metido en tu barriga por mucho tiempo... Y que no es cierto que la cigüeña me trajo...

-¿Quién te dijo eso...?

-Mi amigo Mario, así le dijo su mamá...

-Escucha Santiago, tú estuviste en mi vientre por nueve meses... no sabes cómo me pateabas, cómo pesabas y cómo comías, ah, y que buenos antojos tenía...

-Jajajaja ¿Qué?, ¿sí mami…?

-Sí mi vida.

-¿Qué yo ya jugaba a la pelota adentro de tu barriga...?

-Sí pequeño, fuiste muy inquieto, pero a la vez muy obediente... porque cuando te pedía que no me patearas, ya tú, desde adentro, me hacías caso...

-¿Como ahora mami...?

-Sí mi vida, como ahora.

-Entonces mami, los niños nacen de ese amor tan fuerte que tienen sus padre... así como papá y tú...

-Claro Santiago, así es...

-Y que ustedes las mujeres nos llevan por nueve meses en su barriga...

-Sí...

-¿Y por qué los papás no pueden hacer eso...?

-¿Hacer qué mi vida...?

-Llevarnos en su barriga por nueve meses...

-Jajajaja no mi vida, eso no puede ser... Aunque sería estupendo...

-¿Qué mami?

-¡No!, digo, que así son los designios de Dios mi vida... Así Dios lo quiso, y lo quiere... Y así debe de ser por siempre.

-Ah, ¿Y cuándo me das un hermanito...? porque todos mis amigos tienen un hermanito y juegan con él...

-Cualquier momento Santiago, todos los días tu padre y yo nos queremos cada día más, y seguro pronto mi vientre, formará otro bebito, que será tu hermanito...

-¡Sí!, ¡sí!, ¡sí!, otro hermanito... para jugar a la pelota... al trompo, a las canicas a las...

-A ver mi vida ¿Y si es una mujercita...?

-No, las mujeres no saben jugar a la pelota, ni al trompo y muchos menos a las canicas...

-Pero un hermanito no es sólo para jugar a la pelota, sino, para quererlo, respetarlo, cuidarlo, cuidarse mutuamente, jugar a otras cosas, etc y etc... Y si tienes una hermanita en vez de un hermanito puedes hacer las mismas cosas, no hay ningún problema mi vida.

-Ah, verdad ¿no...?

-Claro. Cuando tengas un hermanito no te debe importar si es hombre o mujer sólo tienes que quererlo mucho, así como quieres a tu papito y me quieres a mí.

-Sí, eso haré mami...

-Muy bien Santiago.

-¿Mami, puedo ver tele...?

-Ya, pero es hora que te vayas a lavar las manos para que comas el postre que te acabo de hacer.

-¡Qué rico!, ¡Qué paja...!

-¡Cómo!, ¿Qué dijiste amor?

-Que rico, mami...

-No, la otra frase...

-Qué paja...

-¡Esa fea palabra no se dice amor!... ¿Quién habla así...?

-El hermano mayor de Leonardo...

-Bueno, deja que ellos hablen así, pero tú no te copies, es muy feo que digas esas palabras...

-¿Por qué mami?

-Mmmm bueno eso pregúntale a tu padre.

-Ya mami, eso haré.

Era obvio que mi madre no todo mi iba a decir. Claro está, mejor dicho, no tan explícitamente. Vale la pena decir que, entendí a esa edad de una manera familiar, que los niños venían al mundo por el producto del amor de sus padres. Y que la cigüeña, que dicho sea de paso sólo la conocía por foto, nunca me había traído como me dijo Mario. Y bueno, eso qué importa. Cada madre y padre tiene el derecho de decirles a sus hijos su verdad, del por qué están aquí en este mundo y cómo vinieron, cómo se formaron. Eso es un derecho, mas, no, un deber que los padres tienen y que nadie se los puede quitar. Ahora, si la verdad viene disfrazada de una cigüeña, mejor dicho de una mentira piadosa, por vergüenza... Bueno, a ya ellos... Porque créanme señores, los niños a esa edad no son tontos, y peor aún, si los padres los subestiman creyéndolos ignorantes en la materia e ingenuos. Un nada que ver rotundo. Ejemplos señores… para muestra un botón:

-“¡No, todavía no estás en edad para saber estas cosas...!”

-“¿Qué has dicho...?”, “¡Ahora saco la correa...!”

-“¡Eso te pasa por juntarte con gente mayor que tú...!”

-“La cigüeña te trajo hijito, porque yo le escribí una carta...”

-“¡No sé...! Pregúntale a tu padre él debe saber...

-¡Yo!, ¡estás loca mujer! ¡A mí no me metas, dile tú...!”

Y lo vuelvo a repetir señores. Es un derecho, mas, no un deber de los padres que, nadie se los puede quitar... lamentablemente.

(...)

Sigo viviendo en Magdalena ya casi veintinueve años de vida. De mi vida. Y recuerdo mucho que a esa edad, cuatro y cinco y hasta seis años sufría mucho de los bronquios. Consecuencia, seguro, de la humedad devastadora que hay en Lima. Más aún, si se habita en distritos como Barranco, Miraflores, San Isidro, San Miguel y, claro, Magdalena del Mar. Devastadora Humedad acompañada de cegadoras neblinas mañaneras. Y sí pues, aquellos bronquios eran mi martirio. Porque a esa edad yo no caminaba, sino, corría, ya sea con una pelota o sin ella. Pero corría, jugaba, grita, saltaba, en fin, era feliz. Pero cuando me enfermaba sentía una impotencia de aquellas, incluso había meses que no me sanaba. Y ya se deben estar imaginando lo triste que me sentía echado en una cama sin hacer nada. ¡Dios!, que martirio.
Jarabe para los bronquios. No me acuerdo cuantos jarabes me habré tomado para sanarme de los bronquios. Lo cierto es que sí sé que fueron muchos y muy feos. Tan feos que a veces le sacaba la vuelta a mi madre reteniendo el líquido horrendo en mi boca para después ir al baño y botarlo sin que ella se diera cuenta. Y seguro que por esa estratagema infantil no me curaba, y pasaba meses en cama. Usualmente los meses difíciles para mí eran los meses de Junio, Julio, Agosto y Septiembre. Era lógico, meses de días de invierno y mucha humedad neblinosa. Me acuerdo que Pelona y Amanda se ponían tristes cuando yo estaba echado, enfermo, en la cama sin poder hacer nada, totalmente aburrido. A Pelona se le notaba porque ya no movía la cola y a la gata Amanda porque dormía en su casita que le había hecho mamá, era muy raro ver a la gata Amanda dormir ahí, ya que siempre prefirió dormir en la cocina.
También cabe decir que es ahí, echado en una cama donde aprendí a leer correctamente porque mi padre me apilaba un montón de historietas, cuentos, revistas para niños, artículos de su creación, cuentos etc... Y gracias a mis bronquios me pude fantasear con un montón de personajes pintorescos y anecdóticos. Y quizás así despertar al escritor que ya llevaba por dentro. Porque en mi cama, echado, muy aburrido, no se podía hacer nada que tan sólo leer. Así me acostumbré a leer siempre en mi cama, hasta hora lo hago, no hay lugar perfecto para mí, ni tiempo que lo resista. Respeto mucho a aquellas personas que leen sentados en un microbús, en una biblioteca, parados, mirando el monitor de una computadora, qué valientes, no sé... de verdad, mis respetos señores. Pero, mis deberes literarios lo resuelvo en mi cama, en silencio, con una buena almohada requisito fundamental para llevar la lectura por horas y sin interrupciones. Siempre pienso que cuando escojo un libro interesante, mi cama se transforma en una nave del tiempo transportándome hacia el lugar de aquel libro y obligándome a interrumpir con mi presencia en cada una de las escenas del libro como si estuviera oculto en cualquier rincón, claro, sin que nadie se de cuenta. Vivir y disfrutar leyendo de la imaginación del escritor de turno es totalmente fascinante. Un ejemplo muy claro de tantos, es: “LA CIUDAD Y LOS PERROS” no es necesario decir el nombre del escritor... creo que todo el mundo lo sabe. Y lo conoce. Estuve dos semanas sin salir de casa leyendo aquel libro maravilloso. Tan compenetrado estuve con aquel libro, que sentí el frió de aquel colegio militar, sentí mucha rabia por el mutismo de las altas autoridades del colegio, sentí el deseo, sentí el amor, me indigno la mala suerte de la Malpapeada y lloré la muerte del cadete. En fin, mi nave se instaló en aquel colegio militar llamado Leoncio Prado, y conviví ahí sin que nadie me viera con todos los personajes de aquella novela y fue muy difícil para mí aceptar terminar de leer la novela porque ya estaba acostumbrado, ya me había acostumbrado. Y tuve que retornar, volver a la realidad de mi presente y empezar de nuevo. Empezar con otro libro interesante, ahora mismo se me viene uno a la mente “REO DE NOCTURNIDAD” Creo que tampoco tengo que decir el nombre... Bueno, está bien señores, para que no digan que carezco de buena educación y de respeto:

LA CIUDAD Y LOS PERROS DE MARIO VARGAS LLOSA Y REO DE NOCTURNIDAD DE ALFREDO BRYCE ECHENIQUE.

Este último me hizo volar por el sur de Francia identificándome totalmente con aquel personaje llamado Max Gutiérrez. Mi nave, o sea mi cama, se trasladó hacia aquel lugar, para que yo me enamorase de Clarie la muy bella jeune fille, y tuviera una aventura imaginaria con ella, con la bella y adorada Clarie. Acostumbrarme fue muy fácil, y enamorarme también. Pero, llegó, como siempre y muy rápido el final de la lectura y tuve que volver, no si antes perderme con el pensamiento de no imaginarme nunca en mi vida, volver a perder el amor que algún día quise amar, porque cuando no lo tienes puedes escapar hacia cualquier lugar; pero cuando se te ha ido de las manos, a duras penas, y muy solo, te queda esperar la mañana, totalmente enmudecido, no sin antes llorar, porque llorar en silencio aquellos días fue como volver a amar. Y yo amé demasiado y, por ende, también lloré demasiado. Pero en fin, amigos, éste es un tema que no voy a tocar porque no viene al caso, y porque sería faltarle el respeto a Santiago, que al fin y al cabo es la misma persona, o sea yo. Y para cerrar la idea y volver a mis bronquios recuerdos, quiero contarles cómo estos dos fabulosos escritores que mencioné apenas un ratito, me cambiaron la vida completamente, estimulando aún más mi carrera de escritor. Ya que papá lo era, pero no a la altura de estos dos grandes “vomitadores” de historias y personajes fascinantes que existen en cada uno de sus grandiosos libros. No me quiero explayar mucho con esto, ya que también sería faltarle el respeto a Santiago, que dicho sea de paso, me ha aceptado varias digresiones a lo largo de este libro, pero ya estoy abusando de su confianza, por eso mismo, quiero resumir sin abusar de su tiempo lo mucho que me han tocado estos dos escritores peruanos a lo largo de mi vida.
Mario Vargas Llosa, me hizo ver la realidad, pisar tierra, conocer la cruda literatura, ver aquel mundo que no conocía y que mis padres no me lo habían enseñado. Mi nave puede dar fe a mis confesiones con la literatura de Mario y puede seguir esperando cuantos libros de él aparezcan, porque siempre habrá un buen motivo para leer a nuestro primer y universal escritor. Desde mi humilde pensar y precoz literatura... Muchas gracias don Mario Vargas Llosa.
Alfredo Bryce Echenique, inspiración total para escribir éste libro. La gente Alfredomaniática seguro ya se habrá dado cuenta que éste libro tiene mucho de nuestro querido escritor. Y valgan verdades señores, les confieso, si Alfredo no hubiese hecho sus dos fabulosas antimemorias, amigos, ténganlo por seguro que éste libro no existiría. Me enamoré de su ternura, de esa ironía aventurera, única, que tiene cada uno de sus personajes, plasmados en sus bellos relatos. Hipnotizándome y llevándome por tantos lugares totalmente cristalizados, totalmente añorados y totalmente amados. Pasajes del tiempo, en donde cada día más, podemos darnos el lujo de ser, más humanos, más sublimes y más tiernos. Y creo que con un sólo propósito, que es: antes de burlarnos de los demás, primero aprendamos a burlarnos de nosotros mismos. Y sí pues, don Alfredo, es muy cierto lo que dijo usted en una entrevista: “Un libro tiene que tener de Dios y de Diablo.” Con una diferencia, y ya esto es mío, que aquel diablo de su pluma, también se le llega a respetar y a querer. Desde esta inocencia y ternura azul le digo don Alfredo Bryce Echenique: Gracias por su ternura y su diabólico romance con la realidad. Muchas gracias.
Volviendo a mis bronquios de cama y a mis lecturas de silencio. Un día, unos bronquios, y unos jarabes. Mi madre Liz me vino con un jarabe muy extraño y muy grande. Perdóneme si no pongo el nombre de aquel jarabe, pero esta vez si es culpa de mi memoria. La cosa es que cuando mi madre me dio de tomar el jarabe, cucharita descartable en la mano, el frasco del jarabe en la otra y con toda la seriedad del caso. Yo pensaba que iba a ser como los demás jarabes que había tomado anteriormente, feos y horribles. Pero no señores, nada que ver. Resulta que al probar ese negro y semi espeso líquido me resultó rico. A la edad de cuatro años todo lo placentero de mi vida se resumía a rico y todo lo amargo a feo. Entonces, cabe decir que, por primera vez me gustó un jarabe de tantos feos que ya me había tomado. Y como ya estaba en falta con mi madre, porque había hecho trampa con el otro jarabe, prácticamente todo el jarabe fue a parar al baño. Me dije a mí mismo, que éste jarabe rico me lo iba a tomar sin hacer trampa, sin retenerlo en mi boca como hacía antes, para después ir al baño y echarlo al inodoro jalando la cadena. Por una sola razón simple, porque que aquel jarabe me gustaba, y claro, ya quería sanarme. Me acuerdo que mi madre muy preocupada al ver que no sanaba me salía con cada cosa, hasta se inventaba los jarabes caseros, aparte del jarabe de turno: que la miel de abeja, que las frotaciones, que el polo rojo, que el jarabe de cebolla, etc, etc...

-Mi amor no te sanas... Caray, estos jarabes no sirven.

-Ya estoy mejor mami...

-Ojalá mi amor, porque me preocupas mucho...

Pero como ya dije antes, aquel bendito jarabe me gustaba. Tanto así, que un día, cuando mi madre no estaba en casa y mi padre seguía metido en su cuarto de creación, yo me levanté de mi cama para buscar aquel jarabe rico, el que tanto me había gustado. Pelona y Amanda me miraban muy indiferentemente. Cuando encontré el jarabe me senté en el mueble de la sala, y sin cuchara me lo empecé a tomar hasta dejar el frasco vació, sin tener noción de nada, ni de las consecuencias que podía hacerme en exceso el bendito jarabe. Tenía sólo una idea: que si me lo tomaba todo me iba a sanar más rápido. Y claro, también porque me gustaba. Cuando mi madre Liz regresó de hacer las compras para la casa, me encontró medio moribundo, y al ver el frasco del jarabe, grande y vacío sobre la mesa, inmediatamente supo lo que me había pasado. Me acuerdo que desesperada corrió hasta donde estaba mi padre, y sin importarle interrumpirlo, abrió la puerta y gritó muy fuerte:

-¡Luís, el bebé se ha tomado todo el jarabe...!

-¡Qué!, ¡no te creo...!

-¡Sí...!, ¡Rápido hay que llamar al doctor... a tu amigo Richard...!

-¡Tranquilízate amor, por favor...!

-¡Cómo quieres que me tranquilice si te estoy diciendo que el bebé se ha tomado todo el jarabe...!
-¡Aló negrito...!

-Sí, qué pasa Luís.... cuéntame qué pasa...

Mi madre lloró mucho, totalmente desesperada. Mi padre me había hecho vomitar introduciendo su dedo en mi boca hasta la garganta. Pelona ladraba, y Amanda dormía. Yo estaba totalmente moribundo, drogado. El doctor Richard no sé qué me dio de tomar que al final me quedé dormido, y cuando desperté mi padre y mi madre estaban a mi lado. Recuerdo que me sentía decaído aplastado como un plátano en el suelo. Mi madre seguía llorando y mi padre me buscaba con la mirada para que yo me pudiera encontrar:

-Ya todo pasó pequeño, ya estás bien... mañana te llevaré a jugar al parque...

-¿Papi qué pasó?

-Nada malo hijo, solamente que al tomarte todo el jarabe, lamentablemente te hizo muy mal...

-Yo me tomé todo el jarabe porque quería sanarme más rápido...

-No hay problema hijo, yo también lo hubiera hecho, pero para la próxima tienes que consúltanos, ya...

-Eso haré papá...

Mi padre me dio un beso en la frente, y mi madre también, con la única diferencia que mi madre seguía llorando, y no me dijo nada. Ya después me enteré que mi madre se había desmayado por los nervios, y sí, que se asustó mucho. Pero esta vez mi padre estaba a su lado dejando su trabajo de escritor para después. Y creo que fui su inspiración, porque ya pasado los meses, un día cualquiera, él se acerco a mí y me dijo:

-Gracias hijo... si no fuera por ti no hubiera terminado esta novela, eres mi inspiración...

-¿Yo papá...?

-Sí hijo, te amo… toma...

-¿Qué cosa es papá...?

-Es una de mis novelas, uno de mis libros...

Y así fue que a la edad de cuatro años leí por primera vez una novela de mi padre.
Cuando ya me estaba sanando de la intoxicación y de los bronquios, dejé la cama por un rato para buscar a Pelona y cuando llegué a la sala, alcé la mirada hacia la vitrina de cristales y pude ver mi nuevo jarabe que supuestamente ya me tocaba tomar... Pero, ni caso le hice, porque ya me sentía bien y fuerte. Lo único malo es que el inodoro otra vez iba a pagar las consecuencias, ya que sabía que no era el mismo jarabe que me gustaba, era un jarabe muy conocido y bien feo... Un día, unos bronquios, y unos jarabes.
Una canción de todas las épocas: Héroes del Silencio.

Comentarios

  1. Campo de Almas, confirmado mujer de buena fe... Charly García estará en Lima el 23 de set... así que prepara canchita y muchas ganas de ver al más grande de todos los tiempos. Un beso y mucha suerte amiga de misterios y letras del corazón.

    Iván.

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  2. Hola como estas, ya me estoy preparando para ver al más grande de todos los tiempos, gracias por lo de amiga de misterios y letras del corazón, ya habrá tiempo para conversar mucho de todo un poco, una vez más gracias por la invitación.

    Campo de Almas

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  3. No, qué va, que ocurrencia, gracias a ti y como dices tú, ya habrá tiempo para conversar de todo y de todos mis personajes en papel. Cuidate mucho, besos.

    Iván.

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