CAPÍTULO 9

INOCENCIA Y TERNURA AZUL.



9


Cuando faltaba días para cumplir cinco años, mamá había invitado personalmente a todos mis amiguitos del salón azul. Los había invitado sin ninguna excepción. Niños y niñas. Para que pudieran así asistir todos a mi casa por motivo de mi gran onomástico. Yo estaba muy feliz. Muy feliz porque ya faltaba poco para cumplir cinco años, pero más aún, porque mi madre Liz había hablado personalmente con los padres de Roxana para que la niña azul no faltara a mi cumpleaños. De saber que Roxana iba a ir a mi fiesta me hacía sentir el niño más feliz del mundo. Ya todo estaba planeado. A Roxana le presentaría a Pelona y a Amanda, para que ella al fin me creyera. Ya que todo el tiempo yo me jactaba de mis dos adoradas mascotas.

-Qué, de verdad Santiago, un perro y un gato juntos... jajajaja no te creo. Lo debes de tener en peluche... así como los tengo yo...

-De verdad Roxana, no te miento, cuando vayas a mi casa lo vas a ver... Mi perrita Peloncita y mi gata Amanda son tan amigas como Leonardo, Mario y yo.

-Ver para creer Santiago... ver para creer.

Cinco años de vida. Nunca reflexioné de mis años, porque quizás no había por qué hacerlo. Para mí, eran todos iguales. Claro, hasta que cumples veintiocho, y caes en ese abismo de que ya te estás volviendo viejo. Pero a mis cinco años, sólo me importaba mi fiesta, una verdadera fiesta, con todos mis amiguitos y un payaso quién fuera, eso no nos importaba, mas que se colgara de su trabajo para hacernos reír.
Y llegó el cinco de noviembre, el día tan esperado por mí. Tan esperado que ni yo mismo me daba cuenta dónde estaba; si estaba en mi casa, o si estaba en otro lugar pensando en nada. Era muy lógico, ¿Quién no se pone contento en el día de su cumpleaños? Creo que todos ¿no?... Aunque quieran negarlo señores, pero yo sé que muy dentro de sus corazones está ese latir de emociones que no los deja mentir... Y si no es así... entonces; por qué no buscan su álbum de fotos para que se enteren de una buena vez que, cuando eran niños, también les gustaba jugar con ese payaso que se colgaba de su trabajo para hacerlos reír. Donde papá, mamá y amigos los buscaban a cada uno de ustedes para que partieran la torta de chocolate y cómo van a olvidar –imposible- la gran piñata que sólo y algunas veces los sorprendían con un buen regalo y los bocaditos, saludos Renato, de todo tipo, de todos los colores que los invitados acumulaban en bolsas transparentes -mil disculpas señores, pero los bocaditos son para comérselos al instante, con una buena gaseosa helada, porque después se te enfrían y al comértelos te da dolor de estomago- Pero en fin señores, recuerden que sólo tenemos un día para sentirnos dueños del mundo, un día que nos identifica como tal y un día para no compararnos con los demás, no hay que darle más vueltas, ¡Vamos! ¡Sonrían!, si hoy están de cumpleaños... ¡Qué felicidad...! Y recuerden siempre, mirar aquellas fotos, donde sus inocencias, de cualquier color y felicidad, estarán guardadas por siempre. ¡Feliz cumpleaños para todos!.
Nací un cinco de noviembre, en un hospital llamado por ese entonces “El hospital del Empleado” su lugar de origen: Jesús María, Lima. Cuenta la historia que mi madre Liz me trajo a la vida un jueves a las 8:30 de la noche, y que en todo el día los doctores habían recibido en el hospital a puras mujercitas y nada de nada de un varoncito, claro, hasta que nací yo. Y Todos los doctores se alegraron mucho, tanto así que gritaron a los cuatro vientos, con mucho entusiasmo la presencia de un nuevo niño, de una nueva vida para el mundo.

-¡Hasta que por fin señora...!

-¿Dígame qué fue doctor...? ¿Una mujercita...?

-No señora... siga llorando, pero de alegría... porque usted acaba de traer al mundo a un niño.

-¡Sí...! ¡Un niño...!

-¡Llore todo lo que pueda...! ¡Sí señora... es un niño...! ¡Y hasta que por fin...! porque ya me había cansado de recibir a puras niñas...

-¿Doctor puedo ver a mi hijo...?

-Claro que sí... ah, pero con una condición.

-¿Qué condición doctor...?

-Que siga llorando, pero de alegría, porque es un niño... ¡Hasta que por fin un niño...! ¡Enfermera!

-¿Sí doctor...?

-Entréguele por favor a la señora su hijo...
-Sí doctor...

-¡Por fin un niño...!

Cuando mi madre me recibió en sus brazos, desde ese momento formamos la palabra AMOR porque yo ya me ahogaba con sus lágrimas y ella ya se embarraba con mi primer sudor.
Mi padre estaba como loco, muy nervioso caminaba sin dirección por todos los pasillos del aquel hospital. Mis abuelos también estaban presentes y algunos tíos y amigos de mi padre. ¡Claro!, y cómo no, también estaba el doctor Richard Tamayo.
Cuenta mi abuela Isabel que cuando salió la enfermera a los pasillos para avisarle a mi padre de mí recién existencia, mi padre se puso como loco... Empezó a bailar solo gritando:

-¡Un niño! ¡Un niño! ¡Carajo un niño...! ¡Santiago...! ¡Santiago! ¡Ya nació Santiago...!

Todos en los pasillos se preguntaron quién era Santiago... hasta que cayeron en el silencio de una obvia respuesta.
Mi padre ya me había pensado un nombre. Y Santiago me debería de llamar para toda la vida, para toda mi vida. Y de verdad les digo amigos, que me gusta mucho mi nombre, me gusta mucho… ¡Sí señor...!

Pero volvamos a mis cinco años, yo como dije antes, estaba feliz... Mi cumpleaños cayó un viernes y como era lógico no fui al nido y me desperté tarde, muy tarde. Cuando desperté observé que la casa estaba muy limpia, los cuartos, la sala y el jardín. Justo en ese jardín se iba a celebrarse mi onomástico, el meollo de mi cumpleaños, ya que la sala estaba reservada para algunos familiares, los padres de familia y la profesora Frida, y claro, cómo no, otra vez, el doctor Richard Tamayo... El infaltable doctor Richard con sus pociones apropiadas para las heridas del corazón acompañado siempre de mi padre y, claro está, de un buen vino para degustar el buen paladar. –Ya hablaré más adelante sobre la penosa muerte del doctor Richard, mi padre desde ahí nunca fue el mismo-
Ya todo estaba listo. Mi madre Liz estaba vestida con un vestido rojo, estrenado por primera vez y hecho por mi abuela Isabel. Zapatos del mismo color, poco maquillaje y con el cabello suelto al viento, eternamente bella mi madre Liz. Mi padre, como siempre, perfil bajo, una camisa a cuadros y un Jean azul semi-desteñido. Pero con un casaca de color negro, de cuero, que lo identificaba como un gran escritor y las clásicas zapatillas All Star de color azul.
-Ahora parte de mí vestir, se lo debo mucho a mi padre.-
En la sala de mi casa, mi madre Liz ordenaba algunas cosas que estaban mal puestas o se veían no muy bien que digamos. Y mi padre sentado en su sillón preferido la observaba con una libretita en la mano, y en la otra un lapicero azul que por ratos muy silencioso yo lo veía escribir. Pero eso sí, siempre mirando a mi madre Liz. Mi padre nunca apartó su mirada hacia ella. Mi madre al verlo inmediatamente sonrió preguntándole:

-¿Amor, no me digas que te estoy inspirando...?

-Sabes Liz, no sabes cómo me gusta verte vestida de rojo. Incluso cuando éramos novios.

-Eso si lo sé Luís... Por eso siempre en mí va a haber un vestido de color rojo para ti.

-Ahora mismo se me ha ocurrido una buena historia...

-¿Sí?, ¿Amor qué estás pensado escribir...?

-Bueno, escúchame, esto siempre lo he tenido en mente…

-¿Sí amor…? Jajajaja no me digas…

-Claro Liz… Pero ahora, que te veo con ese vestido que dicho de paso me encanta ¿sabes lo que he pensado hacer?...

-¿Qué amor?

-Que voy a escribir sobre una mujer que siempre se viste de rojo, pero mediante ese color, guarda un pasado misterioso e interesante...

-Suena bien amor... ¿Y qué más tiene esa mujer...?

-Ah... ¿Qué más...? bueno, que no ronca por la noches, que escribe con las dos manos, que tiene una dentadura y una sonrisa perfecta, que le encanta bailar y... y muchas cosas más...

-Jajajaja Luís, esa mujer creo que soy yo...
-Bueno señora de Sánchez, hoy cinco de noviembre, cumpleaños de Santiago, de nuestro hijo, usted me ha inspirado completamente...

-Honor que me hace señor...

-Hablando de inspiraciones y de mujeres. ¿Liz te puedo hacer una pregunta...?

-Claro amor...

-¿Nunca te ha dado celos mis personajes, sobre todo, si son mujeres...?

-Mmmm, te voy a ser muy sincera amor... Bueno, Sí... pero no esos celos estúpidos, de que estés pensando en otra, sino celos de tu intocable espacio, de ese momento virtual que es sólo tuyo y que yo nunca podré estar en él. De aquella dimensión donde te sumerges hasta el fondo dejándonos a veces muy solos... de aquel compromiso eterno y de la impotencia de no acompañarte en esa aventura de escribir una novela... lamentablemente.

-Jajajaja mi bella Liz... ¿Qué sería mi vida sin ti...? de tu comprensión, del liderazgo de tu amor, de tus ojos a la luz del cielo jajajaja... ¿Qué sería mi vida sin ti?

-No sé amor, pero lo único que te puedo decir es, que te amo, que te quiero, lo demás no me importa.

-Mi bella Liz... mi bella Liz.

-Luís, llaman a la puerta, debe de ser el payaso, “Chiflatito”

-Sí seguro, voy a abrir...

-Ok, amor...

Efectivamente el que tocó la puerta fue el payasito “Chifladito” un personaje muy extraño, tan extraño, que cuando lo vi por primera vez, no me transmitía nada. Era de un cuerpo delgado, muy serio, su ropa era casi igual como la de mi padre, con la única diferencia que no llevaba una casaca de cuero de color negro, sino una chompa verde media desteñida por los años. Pero lo que yo no entendía muy bien que digamos, es que Chifladito no se reía, ni contaba chistes. Totalmente mudo y serio. No le pregunté a mi madre el porqué de la seriedad de aquel payaso llamado Chifladito. Seguramente, porque más me importaba en ese momento la presencia de mi bella Roxana en mis aposentos y las de mis amigos que, los chistes de un payasito incomprendido. En fin, Chifladito acompañado de una mujer misteriosa, también con cara de pocos amigos, se dirigieron hacia el cuarto de huéspedes, que entrelazaba la sala y el jardín. Este último lugar, iba a ser el escenario donde Chifladito iba a actuar.
Ya faltaba poco para que las agujas del reloj marcaran las cuatro de la tarde, a esa hora estaba programado mi cumpleaños; yo ya quería que llegaran mis amigos, sobre todo Roxana, ah, no mucho me importaba los regalos, pero si eran necesarios. Siempre fueron los mismos, no saben cómo odiaba los talcos, por lo menos que yo recuerde tenía en mi cuarto un sinfín de frascos de talco, y siempre me sorprendían en mi cumpleaños con varios de esos frascos llenos de ese polvo que cuando me echaban después de bañarme, no paraba de estornudar por varias horas. Una vez de molesto y de aburrido, Pelona pagó pato, porque se me ocurrió bañarla y después echarle casi todos los frascos llenos de talco. Dejándola a Pelona totalmente blanca y muy desconcertada. Mi madre Liz al enterarse de lo que había hecho, se molestó mucho conmigo, tirando casi todos los frascos al tacho de la basura, al final me hizo un favor, o quizá ella también estaba harta de aquellos frascos llenos de polvo blanco que un travieso había usado para ensuciar a su hermanita menor de cuatro patas. –Nunca lo volveré a hacer Pelona, perdóname... Te lo prometo-
Pero ese día, esa tarde, yo estaba vestido de amarillo, un polo amarillo con la cara de Popeye, y un pantalón crema que tiraba para amarillo. Zapatos de goma de color negro y una casaquita del mismo color igual a la casaca de mi padre. Ya mi padre había colocado la piñata en el centro del jardín, era el cuerpo de Superman y en la capa roja había puesto con cinta adhesiva los caramelos de diferente procedencia industrial. Al frente de la piñata estaba la mesa con todos los bocaditos, y en el medio del cuadrado comensal la torta de chocolate que tanto me gustaba y me gusta. -Nunca fui partidario del dulce, pero una torta de chocolate fue la gran excepción, hasta hoy- Y de fondo musical las canciones de Yola Polastry, infaltable e infatigable mujer de todos los niños, mujer de las más grandes ilusiones infantiles y de canciones eternas a tino de cualquier cumpleaños.
En lo tecnológico, mi padre había contratado un fotógrafo para las fotos de mis primeros cuadros, que todavía están en la sala de mi casa, de la casa de mi madre. Aparte del fotógrafo, mi padre y mi madre tenían cada uno sus respectivas cámaras fotográficas. Y el doctor Richard había prometido su cámara filmadora –En ese tiempo el video era reproducido en VT, todavía no había llegado el VHS, ni mucho menos los CD, imagínense señores, haciendo una comparación con estos días, como ya dije antes, vivíamos prácticamente en un desierto- Y el doctor Richard cumplió, trajo su filmadora y en la otra mano su buen vino de cosecha vieja. Papá lo recibió cono si no lo hubiera visto por años:

-¡Hola negrito...!
-Ayúdame pues Lucho, no ves que tengo las dos manos ocupadas...
-Disculpe usted doctor... a ver permítame...
-Tú siempre primero agarrando la botella jajajaja...
-Que buen vino me has traído negrito...
-Así soy yo escritor de cuarta, siempre de lo mejor jajajaja.
-Ya pasa no más doctorcito de quinta... jajajaja.
-Ah de quinta era jajajaja...
-De quinta pues negrito... cómo se nota que no estás en la moda...
-Jajajaja yo sólo curo pacientes, no escribo novelitas jajajaja...
-Jajajaja bueno doctor de quinta creo que esta vez ganaste ah...
-Jajajajaja ¿Y qué tal compadre...?
-Bien negrito, acá pues esperando a los amiguitos de mi hijo...
-Ah ¿Y tu hijo...? aquí le tengo su regalo…
-Está en su cuarto... pasa, siéntate, que lo voy a llamar.

El doctor Richard cuando siempre nos visitaba, al entrar a la sala buscaba a la gata Amanda para acariciarla y jugar con ella... Sin impórtale ensuciarse. Aquel día no fue la excepción.

-Richard... disculpa no te había visto...
-Hola Liz, que guapa...
-Gracias...
-¿Y qué tal...?
-Bien, esperando a los amiguitos de Santiago.
-Veo que todo está para una gran fiesta de niños...
-Si lo dices por la decoración del jardín, la culpa es de Luís... él siempre es un niño jajajaja...
-Eso no lo dudo jajajaja.
-Richard si sigues acariciando a la gata te va ensuciar como siempre...
-Que importa Liz, tú sabes que los gatos son mis mascotas preferidas...
-Sí, lo sé Richard... buena elección.
-Por algo no tengo cuatro gatos siameses en mi casa...
-Ah de verdad ¿no?... te deben hacer mucha compañía.
-Claro Liz. Por eso no estoy tan solo...
-Nunca te pregunté esto Richard, perdóname por ser tan directa...
-Normal Liz estamos en familia...
-¿Tú no piensas en casarte, formar una familia...?
-Bueno Liz, aquello no está en mis planes, pero no lo descarto...
-Serías un buen padre y un buen esposo...
-¿Por qué lo dices...?
-Porque amas a los gatos...
-¿Y eso qué tiene que ver...?
-Bueno, para que mi gata Amanda se deje acariciar y no se aburra contigo es porque tienes mucho amor para dar... los gatos perciben eso, por eso Amanda no se aburre contigo.
-Suena bien, de verdad no lo sabía...
-Lo leí en un libro que Luís me prestó...
-Caramba Liz, no sólo una mujer de números, sino toda una mujer de mundo.
-Jajajajaja siempre es bueno leer de todo Richard.
-ah claro, pero menos las novelas de tu esposo jajajajaja.
-¡Malo...!
-Jajajaja no es una broma...
-¡Escuché mi nombre por ahí...! –yo estaba al lado de papá cuando él interrumpió la conversación-
-Claro Lucho, estábamos hablando de tus grandiosos libros... –dijo Richard-
-Ya, no mientas negrito, que bien sé que no te gusta leer novelas....-dijo mi padre-
-Amor el timbre... –dijo mi madre, anunciando el comienzo de mi cumpleaños-
-Sí Liz, ya voy abrir. Santiago saluda a tu tío Richard.
-Hola tío...
-Hola Santiago, ya estás grande... ¿Cuántos añitos cumples Santiago?
-Cinco tío...
-¡Cinco!, que bien... bueno aquí está tu regalo...

Mi tío Richard, que no era realmente mi tío de sangre, sino, de cariño, me había traído un camioncito de madera, fabuloso y extraordinario. Creo que fue unos de los mejores regalos que tuve aquel día, en aquel cumpleaños. Después me enteré que el tío Richard era muy bueno con la madera, y que su sueño siempre fue poner una juguetería de puros carritos, camiones, etc construidos por él mismo. A base de madera fina. Pero su penosa muerte lo sorprendió, y creo que al final de todo, si hablamos a futuro, creo que también su sueño hubiese quedado truncado, porque hoy en día las computadoras resumen todo los buenos años que un niño puede vivir y disfrutar por un sinfín de juegos computarizados; dejando en el olvido a los soldaditos de plomo, los carritos de madera, el trompo con la púa de acero, como si fuera un gallo de pelea y las bolitas, canicas que ahora sólo quedan de adorno en el mostrador de cualquier sala familiar. Que pena señores...

-Santiago no le vas a decir gracias a tu tío... –me dijo mi madre Liz-
-Ah, sí mami... Gracias tío... ¡está paja mi regalo...!
-¡Santiago...! –me gritó mi madre Liz-
-Perdón mami, está bonito el camión tío.
-No te preocupes Santiago, te lo mereces por ser un niño muy bueno... –Me dijo el doctor Richard-

Cuando mi madre Liz se fue a recibir a las primeras visitas que habían llegado, mi tío Richard se acercó hacia mí, y me dijo algo en el oído, algo que después de su muerte, recordé con mucha pena:
-No te preocupes Santiago, yo cuando era niño también decía “que paja” Lo puedes decir sin ningún problema, pero trata de que tus padres no te escuchen. ¡Feliz cumpleaños Santiago!
-Gracias tío, ahora voy a guardar mi regalo.
-Ve hijo, que yo me quedo jugando con la gata Amanda.

A eso de las cinco de la tarde, ya el jardín parecía el nido donde estudiaba. Primitos, amigos del barrio y amigos del colegio, ah, también primitas que nunca había visto, que primera vez las conocía y vaya que eran varias y muy guapas.
Chifladito nos hizo reír hasta decir basta. Olvidándome por completo de la primera impresión que tuve al verlo totalmente serio con la cara de muy pocos amigos. Ya después pude entender del sacrificante oficio de un payaso, cuando tiene que reír para no llorar. Olvidando por completo las penas, las amarguras, la pobreza, y así sacar desde el fondo de su corazón esa goma innata para hacernos reír. ¿Quién no ha tenido que reír alguna vez, cuando por dentro está llorando? Creo que todos, ¿no?, sólo hay una gran diferencia, que no cobramos por hacerlo.
-Seguro ya estarás bajo tierra Chifladito, pero donde quieras que te encuentres, gracias por hacerme reír en el día de mi cumpleaños, de verdad, muchas gracias Chifladito.-
Ya faltaba poco para destruir la piñata, Mario y Leonardo no paraban de jugar con mis primitas, sin olvidarse de la suculenta mesa que había puesto mi madre. Cada vez que se escuchaba el timbre, yo salía a ver quién era, pero al ver la presencia de otro familiar, caía en la tristeza de no ver la presencia de mi musa infantil, miraba hacia el cielo y veía que poco a poco empezaba a oscurecer y mis esperanzas de ver a mi niña azul se iban desvaneciendo como la luz de la tarde. Al final todos destruimos la piñata, por primera vez derrotamos a Superman, con la total ausencia de Roxana, y Mario salió premiado, se ganó el premio mayor, se ganó un carrito de metal deportivo. En ese tiempo era lo nuevo en carritos de carrera.
Por ratos me olvidaba del asunto de mi niña azul, pero cuando veía a Mario y al llorón de Leonardo muy contentos divirtiéndose con mis primitas, recordaba a Roxana, ¿Por qué Roxana no habrá venido a mi fiesta? Me preguntaba a cada rato. Incluso les pregunté a mis dos grandes amigos que corrían muy alegres y muy juntitos al lado de mis primas:

-¿Mario qué pasó con Roxana...?
-No sé Santiago, hoy en el nido me dijo que de todas maneras iba a ir a tu fiesta.
-Pero no entiendo entonces, ¿por qué no está aquí?
-No sé, seguro se enfermó... ¿Santiago cómo se llama tu primita de vestido blanco?
-Soraya... así creo ah, bueno, es la primera vez que la veo.
-Así que Soraya no... Ah, Santiago pregúntale a Leo, hoy él se sentó junto a Roxana...
-Ya, le voy a preguntar.

Leonardo seguía jugando con mi otra prima a las chapadas, no paraban de correr, pero mi curiosidad no pudo más, así que tuve que correr también para alcanzar a Leonardo.

-Uuuuf... espera Leonardo, déjame preguntarte algo...
-Rápido que Mariana me alcanza...
-¿Quién es Mariana...?
-Tú prima tontito...
-Ah, sí, así se llama... lo había olvidado.
-Apúrate habla...
-¿Sabes por qué no vino Roxana...?
Leo sin mirarme, sólo miraba la silueta de Mariana, mi prima, para que no lo alcanzara, pero a duras penas me dijo, o mejor dicho me respondió:

-Roxana me dijo que no iba a ir a tu fiesta porque su abuelita está enferma, está en el hospital, y que esta tarde la iba a visitar con toda su familia.
-¿Así te dijo...?

Pero Leonardo ya no estaba ahí, sino por el otro lado corriendo, a hora le tocaba a él alcanzar a mi prima Mariana.
Prácticamente la última parte de mi cumpleaños lo pase solo, totalmente fuera de sí. A la edad de cinco años, qué me iba a importar la enfermedad de una anciana, y no porque sea malo, o insensible, sino porque era un niño que sólo vivía el presente a tiempo completo. Pensaba que estar enfermo era como mis bronquios, que tarde o temprano la abuelita de Roxana se iba a sanar. Son los niños los que siempre dicen la verdad, porque no tienen mentiras para dar, porque sus corazones y sentimientos sólo se limitan a decir: no o sí, porque realmente así de debe de ser, y ese día de mi cumpleaños estaba totalmente extraño y muy triste. Mi madre se dio cuenta, pero nunca me dijo nada del porqué de mi tristeza, seguro no quería fastidiarme o seguro sabía que aquella lección yo sólo la tenía que aprender. En fin señores, tuve buenos regalos, una fiesta fabulosa, fotos por doquier, un video en VT y las ocurrencias de un payasito llamado Chifladito, que al final de todo, tuve que aprender de él, aprender a reír cuando no quieres que te deje el tren de la vida o cuando realmente quieres llorar. Así es la vida señores… así es…
(...)

-Perdóname Santiago, pero mi abuelita se enfermó... por eso no pude ir a tu fiesta.
-Que pena Roxana, te la perdiste.
-Sí, ya me contaron que hubo un payaso muy chistoso...
-Hubo dos payasos Roxana.
-¿Si? Sólo me dijeron que era uno y que se llamaba Chifladito...
-No Roxana, hubo dos...
-¿Entonces...?
-Claro, uno se llamaba Chifladito y el otro se llamaba...
-¿Cómo se llamaba el otro payasito Santiago...?
-El otro payasito se llamaba Santiago, y era yo...

EL MÁS GRANDE DE TODOS LOS TIEMPOS EN LIMA OTRA VEZ. 23/09/2009

Comentarios

  1. Hola, como estas que buena memoria para acordarte de tu cumpleaños número 5, yo no me acuerdo mucho, lo único que sé, es que no me gustan los payasos; por lo que veo eres muy fanatico de Charlie García...., incomprendido, pero es un grande.

    Saludos

    Campo de Almas

    ResponderEliminar
  2. Gracias amiga por tus palabras. Y sí pues amiga fanático hasta la muerte, si tú supieras cómo me han tocado los versos de García, ni te imaginas. Un grande, con defectos y demonios, la única diferencia es que su música es insuperable... Say no more...

    A ya, confírmame si me vas a acompañar a ver al maestro, yo a más tardar compro las entradas acabada la primera semana de setiembre... ojalá te animes. Un beso y miles de abrazos.

    Iván.

    ResponderEliminar
  3. Hola, puedo recien leer tu respuesta, ya te imaginarás como tengo el correo recargado de mensajes como te dije anteriormente claro que si me quiero ir a ver a Charlie García, sera todo un placer, una vez más gracias por la invitación.

    Un abrazote y un beso

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Gracias.

Entradas populares de este blog

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO FINAL