LA TETA NO ASUSTADA.

Novela: UN HOMBRE DE BUENA FE.



LA TETA NO ASUSTADA.
-¿Aló?...
-Hola, Iván… ¿qué tal?…
-¿Quién habla?...
-Ay, hijo, no me digas que te has olvidado de mi timbre de voz.
-¿Penélope?...
-La misma que viste y calza, hijo…
-Si no fuera porque me dices hijo, no te sacaba para nada.
-Sí, ya veo, muy rápido olvidas a las amigas, ¿eh?.
-Lo mismo digo… ¿y este número?...
-Cambié de número… ya era hora de cambiar de número, ¿no crees?.
-Con razón, siempre he querido comunicarme contigo y nada…
-Si pues, ¿y qué planes para este fin de semana?…
-Nada, ¿y tú?...
-Nada, tampoco. ¿Vamos a bailar a una disco de un amigo?...
-Normal… ¿Cómo hacemos?...
-Nos encontramos el sábado en el Piano Bar, a las diez de la noche y de ahí nos vamos a la disco de mi amigo que queda en Miraflores.
-Sale…
-Entonces, así quedamos. Graba mi número ¿ya?... entonces, hasta el sábado…
-Sí, lo grabaré. Entonces, hasta el sábado.
-Ok… bye.

Cuando terminé de hablar con Penélope, no lo podía creer. Hace tanto tiempo que no sabía nada de ella. Cuantas conjeturas me hice a partir de su voluntaria desaparición, tantas alucinadas que le había hecho, despierto y durmiendo; para que ella, en una simple llamada, aclare (es un decir) las cosas como si nada hubiese pasado entre nosotros. Borrando todas las preguntas que había guardado para ella. Perdiendo el tiempo, pensando en ella, perdiendo el tiempo, sin saber nada de ella.
Ese jueves que me llamó, Penélope, después de tanto tiempo, sólo una razón lógica tenía en mi cabeza, claro está, a raíz de su llamada: “Esta bandida, otra vez se peleó con su novio y, otra vez yo, volveré a ser su paño de lágrimas”. Aunque al decir verdad, la noté normal, su voz fue clara, eso significó que no había bebido, al parecer, todo acusaba a una invitación de lo más normal y de lo más sana. No quise pensar más, ya se me estaba haciendo tarde para ir a mi trabajo. Situación que me alegró mucho pensar y apurar, ya que al fin de cuentas tenía un trabajo, no tan estable; pero al fin y al cabo, era, y es, un trabajo digno para ganarse de buenas maneras los fréjoles. Pero de algo estaba seguro, al menos eso creí, que esta vez, en esa invitación inesperada, iba ir con la seguridad de saber que estaba preparado para todo, con las balas cargadas (dinero) y con la confianza de no dejarme dominar y ser yo, ahora sí, quien llevase la situación.
(…)
Mi trabajo consiste en ordenar y controlar libros en una biblioteca de una Universidad Nacional. Ahí estoy pues, la paso chévere, sobre todo, cuando llega Mechita. Ella es una universitaria de la misma Universidad. Ella, estudia Administración de Empresas. Cuando llega a la biblioteca siempre me suele pedir libros de estadística y yo la atiendo muy placentero y muy feliz. Mechita, me gusta mucho. Me gusta su sonrisa, sus ojos, su boca, sus manos y su cuerpo. En todo este tiempo que ya la conozco, sólo hemos hablado un par de veces. Ella es muy lacónica, no habla mucho. Se nota y se ve que Mechita está predestinada para acabar su carrera sin contratiempos. Es por eso que yo no intento nada con ella, ni me atrevo a molestarla cortejándola con invitaciones nocturnas, mucho menos con paseos al parque e invitaciones para ir al cine a ver la película de estreno. Me imagino que ella tampoco aceptaría esas invitaciones malintencionadas por parte mía. Porque hay que ser claros: un hombre invita a salir a una mujer para muchas cosas (besarla, declararse, acostarse con ella, en fin…) menos, para no hacerle nada.
-Hola Iván…
-Hola Mechita.
-Vengo a devolver este libro, y vengo a llevarme el libro de Estadística Aplicada de Juan Rebaza…
-Ah, claro, Mechita, te lo tenía ya separado desde ayer…
-Gracias, Iván…
-Toma Mechita y mucha suerte.
-Sí, créeme que la necesito, este parcial va a ser doble nota…
-Vas a ver que sí, Mechita, sí la haces…
-Gracias y el lunes devuelvo el libro, chau.
-No te preocupes, Mechita. Espera un toque.
-Dime, Iván…
-¿Quieres ir al cine a ver la Teta Asustada?...
-Me estás bromeando ¿no?...
-No, ¿por qué?...
-No ves que estoy sufriendo con este curso y tú me vienes a invitar al cine, por favor… no me gustó tu broma, cuídate, chau…
Me imagino que así será el episodio (textualmente hablando) cuando yo me atreva a invitarla a Mechita al cine. Porque siempre Mechita me suele decir sin mirarme a la cara que está a full y que siempre necesita suerte para todos los cursos. Bueno, ni modo pues, paciencia y buen humor. Mañana sábado tengo una cita con mi vieja amiga Penélope. Y mañana en la mañana tengo que escribir en mi blog algo, ya que lo he tenido abandonado por mucho tiempo.
(…)
Cuando sonó mi celular, estaba bañándome. -Todos los sábados me baño dos veces, una en la mañana y la otra en la noche. Y los demás días de la semana sólo me baño una vez por día.- Escuché el celular sonar y lo dejé sonar. Cuando salí de la ducha fría, ya seco, pero húmedo, fui al encuentro de mi celular que estaba sobre la cama. Al ver las tres llamadas perdidas caí con la sorpresa que era Penélope. De inmediato devolví la llamada y después de dos timbradas me contestó ella:
-Hasta que por fin, hijo…
-Me estaba bañando, Penélope…
-Ah, con razón. ¿Y cómo es hoy en la noche?...
-Como habíamos quedado, ¿no?...
-Muy bien, pensaba que te habías olvidado. Bueno, nos vemos a las diez…
-Listo, ahí estaré.
-Bye, Iván…
-Chau. Penélope.
Traté de vestirme apurado, a duras penas lo conseguí, necesitaba apurarme porque los sábados los bancos están abiertos hasta el mediodía. Y necesitaba pagar varias cosas. Mejor dicho, tenía que pagar los meses atrasados de la luz y del agua. No, un corte de luz y/o de agua, a estas alturas, imagínense, iba a ser para morirse. Cuando regrese -pensé- de todos los quehaceres mencionados, me pondré a escribir, apetito que me ha tenido olvidado por un buen tiempo. Ya por la tarde me pondré a lavar mi ropa, la que más uso para el trabajo y si me queda tiempo, también lavaré mis sábanas. Y eso hice, bueno, casi todo. Me puse a escribir, saqué un conejo de mi memoria y de inmediato lo colgué en mi blog. Salí a almorzar donde la señora Pochita, una señora norteña que, prepara unos almuerzos de primera. Cuando regresé a mi casa, después de un sabroso almuerzo (Arroz con Pollo con Papa a la Huancaína), aproveché –como si los sábados mi tiempo fuera limitado- en dormir la siesta. Cuando me desperté de la siesta, las agujas del reloj señalaban las siete y media de la noche. Sólo una pregunta salió de mi boca -¿Y toda esa ropa que iba a lavar? –Ese: iba, ya estaba acumulando por varias semanas dos cerros de ropa sin lavar. No me respondí, ya se suponía que, toda esa ropa sucia, se iba a quedar una semana más sin lavar. Dejé el remordimiento para después e hice tiempo con la televisión. Me puse a ver una película, para variar, de Penélope Cruz (Abre tus ojos), cuando terminé de ver esa confusión de película (si todos estaban vivos ó todos estaban muertos, en fin…), me dirigí al baño para asearme (bañarme) y asistir a la cita que tenía con la bella Penélope.
Cuando llegué al Piano Bar, no entré. No volvía a ese lugar desde ese día que fui con Penélope. Estaba cambiado, lo habían mejorado, lo habían puesto más disco. No entré porque sabía muy bien que Penélope y yo no íbamos a entrar al Piano Bar. Sólo era un punto de encuentro para irnos de ahí, a otra discoteca. Penélope, se apareció a las diez y media. Claro está, con previa avisada.
-Dime Penélope…
-Iván, ¿ya estás en el bar?...
-Sí. Exactamente en la puerta.
-Lo que pasa es que voy a llegar un poco tarde…
-¿Qué tan tarde?...
-Media hora…
-Vaya, si es tarde ¿ah?...
-Sorry, Ivancito, sorry. Ya estoy de salida. Espérame.
-Eso haré, pues, qué me queda…
-Buen chico. Entonces, ahí nos vemos. Bye.
Aproveché entonces para caminar por todo el bulevar de Barranco. Caminé por los Pasos Perdidos, caminé hasta llegar al Puente de los Suspiros, hermoso lugar de confesiones amorosas y de más sucesos que no vale la pena contar, bueno, no viene al caso hacerlo, más aún, en este post. Mucha gente visita Barranco, sobre todo, ese lugar, mujeres muy bellas y muchachos muy apuestos emparejados se pierden por la oscuridad de un puente ahogado de suspiros. Vendedores hippies y músicos de todas las corrientes musicales, valga el término y valga la redundancia. Por ratos me sentí extraño, como un marciano, fuera de lugar. Después de caminar por todo ese bello lugar, me senté en una de las bancas del parque para contemplar mejor todo el panorama. Me senté dándole la espalda a la iglesia. Todavía faltaba quince minutos para que Penélope apareciera. Para que me honre con su bella presencia. En ese mirar panorámico, me di cuenta que todo el mundo estaba en movimiento. Sentado ahí, daba la impresión que debajo de la tierra había una persona sobrenatural (Dios) que con un imán nos estaba moviendo a todos por doquier. Pareceríamos hormiguitas de cualquier jardín desesperados por un sólo objetivo: hacer de la noche de un sábado, la mejor noche de todas. Confundí a una chica muy bella con Mechita, cuando me di cuenta que no era ella, entendí que ya me hacía falta lentes. Vaya error, vaya confusión. Miré mi reloj y, bueno, ya tenía que regresar al Piano bar. Cuando regresé al bar ya la gente estaba haciendo cola para entrar. Atiné en ponerme a un lado para no estorbar, no quería que la gente pensara que me estaba colando. Usé ese viejo recurso de que alguien me estaba llamando a mi celular. En eso alguien me tocó la espalda y me dijo:
-Hijo, ya estoy acá, ¡Dios mío!, que desesperado son los hombres…
-Hola, Penélope…
-¿Me estabas llamando?...
-No, estaba fingiendo una llamada…
-Viejo truco, ¿eh?...
-Sí, pero infalible…
-Ya veo. Bueno, nos vamos…
-Sí, vamos, ya…
Salimos a la avenida y paré un taxi, no sin antes preguntarle a Penélope la dirección de la disco. Cuando llegamos a la discoteca que quedaba en Pardo, Miraflores, justo a un par de cuadras para llegar al Bulevar, me di con la sorpresa que Penélope me estaba agarrando de la mano, simulando que éramos enamorados ó algo que se le parezca. No le dije nada, no tenía por qué hacerlo. Pagué las entradas y bajamos al sótano. Ahí estaba la discoteca llamada To Enjoy, bueno, la improvisada discoteca. Buscamos mesa para dos y pedimos, mejor dicho, pedí una jarra de cerveza.
-¿Cuéntame Iván, en qué estás trabajando?...
-Trabajo ordenando y organizando libros en una biblioteca de una Universidad.
-¡Anda, sí!, que bueno…
-Al menos, ya no vivo con mi hermana Omayda y pago mis pequeños gustos…
-Eso se llama progresar, hijo. Pero igual, no te preocupes, pagamos mitad, mitad, las jarras que vamos a tomar, ¿ya?...
-Bueno, si así lo quieres.
Noté algo raro en Penélope. La noté inquieta, preocupada. Cuando conversábamos, ella miraba a todos lados, como buscando a alguien. No le dije nada, porque pensé que estaba feliz en ese lugar. Una mujer en una discoteca se da mucho de notar, más aún, si es tan bella como Penélope. Salimos a bailar, ella se movía muy bien; yo, por ahí que le seguía el ritmo. Todo andaba muy bien, ya íbamos por la cuarta jarra y dejé volar mi imaginación, mejor dicho, tenía una duda: en qué casa nos íbamos a hacer el amor, en la de ella ó en la mía. Enseguida, rogué, para que fuera en la suya, porque me acordé que en la mía había dos cerros de ropa sucia. Nada agradable ¿no?, en fin…
Ya la discoteca estaba llena y a duras penas se podía bailar. Yo estaba cansado de bailar, al decir verdad, ya quería estar íntimamente con Penélope. Pero ella seguía inquieta, como buscando a alguien en todo ese tumulto de gente que estaba bailando.
-Voy al baño, Iván…
Ese: voy al baño, me lo dijo como si me estuviera pidiendo permiso. Lo cierto es que no regresaba del baño, la esperé sentado diez minutos, después, veinte y nada. Entonces, fue cuando me preocupé y fui en su búsqueda. No podía ver bien, a raíz de las bocanadas de humo de cigarros que la gente echaba de sus bocas. Pero, al llegar a la barra de la discoteca, mi sorpresa fue otra, la bella Penélope estaba ahí besándose con un chico bien parecido. No supe qué hacer, ni qué decir, pero las dudas no me dejaban tranquilo, a pesar que las respuestas, o mejor dicho, los hechos eran obvios. Así que no pude más, y me acerqué a ellos. Cuando me acerqué, ellos se dejaron de besar y, Penélope al mirarme, enseguida, dentro de su sorpresa, me invito una copa y me dijo:

-¡Hola Iván, mira te presento a mi enamorado!... él es del que tanto te hablé…
-Hola, qué tal… -fue lo único razonable que tenía en mente en ese momento-
-Hola, Iván, Penélope me ha contado mucho de ti. Así que eres escritor…
-Bueno, no soy escritor, hago algunas cosas en un blog y por ahí tengo unas novelas por corregir…
-Vaya, casi es lo mismo… -me dijo él.-
-¿Y qué milagro, Iván, tú en una discoteca?... –me preguntó, Penélope, como si nada hubiese pasado-
-Bueno, vine con una amiga y creo que se aburrió de mí…
-Anda, muchachón, no te creo, bueno, suele pasar, Iván. –respondió él, como diciendo: qué huevón.-
-Bueno, fue un gusto saludarlos… felicidades. –Volvió a mi mente más palabras razonables.-
-Chau, amigo… -él me dio la mano.-
-Bye, Iván. Cuídate mucho. –Penélope me dio un beso en el cachete y de inmediato jaló a su enamorado a la pista de baile a bailar una cumbia del grupo 5, el tema se llama: Me enamoré de ti y qué.-
Al salir de la discoteca, tomé el primer taxi que me interceptó. En todo el trayecto desde la discoteca hacia mi casa, pensé en Penélope, en la forma cómo me había utilizado para encontrarse con su enamorado. Seguro quería confirmar con sus propios ojos si era verdad que él frecuentaba esa discoteca tan concurrida y al verlo ahí, en vez de mandarlo a la mierda, lo había perdonado una vez más. También entendí que una mujer cuando se enamora de un hombre hace cualquier cosa por verlo, por amarlo, por perdonarlo y por seguirlo. No tiene límites. Y no le importa nada y no le importa nadie. Bueno, algún día Penélope me llamará para contarme realmente con qué razón me hizo esa mala jugada. Esa noche, ya echado sobre mi cama sin quitarme la ropa con el pensamiento en ellos, les mandé buenas vibras, energías positivas para esa parejita. Sobre todo, a ella, que esta vez su reconciliación sea para siempre, sea para toda la vida y, que si algún día, Penélope, me vuelve a llamar, que esta vez sea para invitarme a su boda y no para utilizarme como lo hizo esa noche. Al final de tanto pensar en ellos me quedé dormido sin quitarme la ropa.

(…)

-Hola, Mechita, qué arreglada y que guapa estás para ser Lunes.
-Gracias Iván. Hoy me toca exponer… ¡Que nervios!...
-Todo te va a salir bien, Mechita…
-Ojalá, Iván… Acá está el libro de Estadística Aplicada de Juan Rebaza.
-Qué puntual, Mechita, como siempre. ¿No vas a querer otro libro?...
-No, me voy a estudiar para mi exposición…
-Muy bien, y ya sabes, ¿ah?… todo te va a salir muy bien, como siempre.
-Gracias, Iván, si es así, como tú dices… hago fiesta.
-¿Qué te parece si en vez de una fiesta me dejas invitarte al cine?...
-Mañana es martes ¿no?...
-Sí, dos por uno…
-Ya pues, todavía no he visto la Teta Asustada…
-Yo tampoco la he visto, será motivo pues, Mechita.
-Ya pues. Mira, mañana tengo que estudiar toda la tarde y lo haré aquí con mi grupo de exposición… estudio y de paso te espero a que tú salgas del trabajo.
-Perfecto, entonces te busco en tu facultad…
-No, mejor nos encontramos aquí mismo, en la biblioteca…
-Ya, mejor… a las seis y media, ¿te parece?...
-Ok… Bueno, me voy, Iván, chau, hasta mañana.
-Espera, Mechita, una consulta…
-Sí, dime…
-¿Alguna vez has pensado en algo que realmente crees que se te va a realizar, pero a la hora de la hora, no pasa nada y viceversa?...
-Muchas veces, Iván. Acuérdate que realmente no existe un pasado ni un futuro, sino tan sólo un presente, lo demás, a la hora de hora es puro cuento, nadie sabe nada…
-Que buena reflexión, Mechita. Ojalá que mañana la invitación para ir al cine no sea un pasado ni un futuro, sino, más bien un presente…
-Vamos a ver, por ahora vamos bien… Bueno, me voy, Iván, chau, hasta mañana, si hay un mañana.
-Chau, Mechita, hasta mañana, si el presente lo quiere.

Un saludo desde la tierra hacia el cielo, para mi profesor, JUAN REBAZA, que en paz descanse.
(¿Es tan fácil romper un corazón?)


(Siempre hay un Lunes... y de madrugada)

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