UN HOMBRE DE BUENA FE.

A pedido del público, y porque a ellos me debo, voy a publicar, en forma ordenada, todos los posts de esta novelita llamada: UN HOMBRE DE BUENA FE. Gracias por sus correos y por su paciencia.

Iván Sánchez.






UN HOMBRE DE BUENA FE.

Al Divino niño, porque me sigue enseñando a amar a una linda mujer: K.L.V.O.

PENÉLOPE

Penélope, me llamó a las tres de la madrugada. Estaba borracha. Se le notó apenas escuché su lindo timbre de voz por mi celular. Me hablaba entrecortada, con miedo, con indiferencia y a la vez con admiración. Con miedo, me imagino, por ser yo para ella un total desconocido y viceversa. Con indiferencia, seguro, porque se le notó que quiso a primera voz, demostrarme, que esa llamada no era para afanarme. Eso fue para ella y para mí, tan claro con el agua y tan verde como el pasto de cualquier jardín. Y con admiración, según ella, porque se había leído todos los post de mi blog, sin dejar de beber cerveza en su cuarto. Yo le di las gracias, pero le dije, sin ser tan violento, ni mal educado que, es mejor que descanse y que mañana, en ese caso, más tarde, cuando estuviera sobria, y releyera de nuevo todos los post de mi blog, se iba a arrepentir de todo lo que me había dicho y, más aún, se iba a arrepentir de haber llamado a un desconocido, sólo para decirle que había leído su blog en un estado etílico exagerado y, lo peor de todo, que le había gustado. Yo le pregunté cómo había conseguido mi número de celular. Ella me dijo que estaba en mi blog, que yo lo había puesto en mi perfil. No me acordaba de haberlo puesto, pero cuando revisé mi blog, efectivamente, allí estaba mi número de celular. Penélope, me contó, después de bombardearme de elogios y comentarios agradables innecesarios sobre mi blog, que recién había terminado con su enamorado. Al fin yo caí de mi sorpresa. Entendí que, seguro ella al sentirse sola, despechada y deprimida, con todo ese tormento espantoso, se habrá puesto a mosquear en el buscador Google, y sin querer queriendo y queriendo sin querer, de esas casualidades que te ofrece el destino, se habrá “chocado” con mi blog y creo que de algo es verdad todo esto, que para la soledad y para el despecho, cualquier cosa sirve y funciona. Y lamentablemente, allí está incluido mi blog, que por cierto, no es muy visitado, ni mucho menos, comentado.
Yo le dije a Penélope, cuando ya entendí la situación desagradable por el cual ella estaba pasando, que cada momento o situación y suceso tiene un porqué. Que si él (su ex novio) la había dejado sola para irse con otra, es porque él, en todo este tiempo de haberla conocido y estar juntos (dos años), todavía no se había dado cuenta de lo mucho que vale ella para él. También le dije, que es mejor así, que, es él, el que pierde a una gran mujer y que ella gana otra vez la suerte de estar a la espera de otro gran amor, sin dejar pasar la ilusión y posibilidad de que esta vez, el último amor será verdadero, será para toda la vida. Esa noche, Penélope al final se derrumbó, empezó a llorar y yo le tuve pena. Incluso, le quería abrazar, pero, lamentablemente, no se podía. Ella se despidió, diciéndome que me volvería a llamar, no me quiso dar su celular, estaba como llamada de identidad oculta, no le insistí, sólo le dije, ya para tranquilizarla, que hay momentos en la vida donde uno ve las cosas muy chiquitas y, hay otros momentos en la vida, donde las cosas se ven muy grandes. Entonces mujer, sólo te tienes que adecuar a tu realidad y vivir lo que te toca. Ella me dio las gracias, al despedirse de mí, sentí que se fue de la línea ya más tranquila. Yo miré mi reloj de pulsera, ya pasaban las cuatro de la madrugada, cerré mis ojos y me quedé dormido pensado si realmente mi blog era bueno, si realmente valía la pena escribir mis vivencias en ese espacio cibernético… “no, qué va, mejor duérmete tonto, mejor… y ya no escribas más”…

Ese mismo día, pero a las cinco de la tarde, Penélope me volvió a llamar. Ahora sí, la noté despejada y sobre todo sobria. Antes de contestar la llamada, me fijé en mi celular que, otra vez, ella había puesto la llamada con identidad oculta. Hay personas que no contestan a los números desconocidos ni mucho menos a llamadas con identidad oculta. Y hacen bien. En cambio yo, sí le contesto a todos los números por haber, porque simple y llanamente, a mi parecer, es una obligación contestar si es que te están llamando, si es que ese “bichito” llamado celular te está sonando y/o vibrando. Y bueno, y si no te gusta o te fastidia, la mejor solución es no tener celular y asunto arreglado. Justamente al contestarle la llamada a Penélope, nuestra primera conversación de esa tarde fue de eso. Apenas le dije aló, ella me soltó todo el rollo: “Cómo contestas a llamadas con identidad oculta, Iván, no ves que puede ser un ladrón que quiere saber si estás en casa para así hurtar todas tus cosas y, dicho sea de paso, hacerte gratis una mudanza completa. También puede ser una llamada de esas que disque que es de “concursos de televisión”, para sacarte plata, haciéndote comprar tarjetas de recargas de celulares, en fin, está mal que contestes a llamadas con identidad oculta”. Yo le dije a Penélope que tenía toda la razón del mundo. Le agradecí su preocupación hacia mí. Le prometí que a partir de este momento no volvería a contestar ninguna llamada con identidad oculta ni mucho menos una llamada con número que yo no conozca. O mejor dicho, que yo no recuerde. Y le solté una duda a Penélope, le dije, que entonces, ni modo, esta es nuestra última conversación por el celular. Ella me dijo ¿Por qué?, le respondí, porque justamente me estás diciendo que no conteste a llamadas con identidad oculta y tú me llamas así, las dos veces que me has llamado ha sido ocultando tu número. Ella se rió a más no poder, y yo estuve feliz por sentirla tan alegre, de devolverle a la vida, aunque sea por unos minutos. Penélope, después de reírse, me dijo que no me preocupara, que antes de colgar me iba a decir su número completo. Entonces es allí donde me di cuenta que ya me había ganado su confianza, en ese entonces, sin conocerla, ni mucho menos, ella a mí. Claro, después, caí con la realidad de saber que Penélope me conocía por foto a través de mi blog. Ella llevaba un punto de ventaja, que también jugaba a mi favor.
Y efectivamente, al terminar nuestra conversación, ella me dio su celular, sin miedos y calculando que todo andaba en ese momento muy bien. Conversamos de todo. Le conté que escribo desde los quince años, que soy fanático del gran Charly García, que colecciono Rosarios y que me gustan los lentes de sol. También le dije que tengo dos novelas por corregir y publicar. Que me dan miedo los perros (grandes) y que todavía sigo viviendo con mi hermana, Omayda. Eso a ella le sorprendió mucho, se sorprendió tanto que me dijo: “Iván, no lo puedo creer… todavía sigues viviendo con tu hermana, tienes treinta años y vas a cumplir en noviembre treinta y uno, ¡Dios!... ¡qué martirio!”. Le tuve que decir la verdad a Penélope, que vivo con mi hermana Omayda porque fui criado con una tradición muy antigua, donde uno sale de su casa, sólo casado y por ende logrado. Todavía sigue vivo esa tradición donde se pide la mano a la novia y en fin y sin fin, el gran brindis, los besos para las fotos… “te entiendo, te entiendo… ¡por favor no sigas, Iván, te entiendo!”. Penélope, me contó que ella vive sola desde los diecinueve años, ahora ella tiene veinticinco, cuando la conocí, tenía veinticuatro, ella es abogada, trabaja para un estudio muy importante, que da asesoramiento a empresas mineras, su carrera va en auge, pronto se va a comprar un auto moderno, no nuevo, pero sí moderno. Le gusta viajar mucho, y antes de haberme llamado esa madrugado borracha, valga el termino, acababa de llegar de Piura (Máncora), había hecho ese viaje para darse con su novio una segunda oportunidad y reafirmar así lo mucho que se querían y bueno, afianzar su relación. Lo cierto es que Penélope me dijo, que él ya tenía a otra mujer, y que si él fue a ese viaje con ella, fue porque ella lo estaba invitando, ella había pagado todo los gastos, pasajes, hotel, paseos y comida. Otra vez, Penélope se quería derrumbar, “hijo de puta, hijo de puta, que se vayan ¡al carajo! los dos, ¡hijos de mil putas!, ¡hija de puta!, ¡ella!”. Yo traté de calmarla, que no digiera tantas cosas que a la larga le hacían daño, que esos insultos no jugaban para su favor. En fin, nunca me hizo caso. Siguió allí, por el celular maldiciéndolos a más no poder. Cuando Penélope terminó su función de “elogios” hacia ellos, me pidió disculpas, yo las acepté, diciéndole, que no se preocupase, que de alguna manera le hizo bien desfogar. Y que en mí, tenía, y tiene, a un amigo en que confiar. Ella me dio las gracias y me dijo que ya me tenía que colgar. Me dio su número de su celular y me dijo que quería conversar conmigo personalmente, necesitaba ayuda de otra persona, no ayuda de su círculo de amistades, sino de otra persona, esa persona era yo. Que mi blog le había gustado mucho y que se había encontrado (hallado) con la mayoría de los personajes que viven en mis historias. Que yo le transmitía confianza y seguridad, que era la primera vez que hablaba con un desconocido y que no se arrepentía para nada de haber conversado conmigo, ni mucho menos, de haberme contado todo lo que me había contado. Se despidió dejándome mudo, sólo atiné a decir, gracias, muchas gracias. Al colgar, por primera vez, después de muchos años, me sentí feliz, por primera vez sentí que mi blog, el menos visitado y el menos comentado, le había hecho mucho bien a una mujer que, al sentirse sola, no dudó en leer las historias de un desconocido jugador de letras, que, a sabiendas de lo mal que se encontraba, buscó compañía en un blog que, no tenía visitantes, ni mucho menos comentarios. Ese gesto, desde ya, hasta que me muera, nunca le dejaré de agradecer a la bella Penélope, nunca, hasta que me muera. ¡Gracias Penélope!.
No fue muy difícil saber que era Penélope quien me estaba llamando. En mi agenda de mi celular ella está registra con el nombre de: Penélope, y bueno, es no muy común que una mujer lleve ese bonito nombre. Contesté emocionado. Contesté con un: aló dudoso. “Oye, Iván, no me digas que todavía no me tienes registrada en tu agenda de tu celular, o peor aún, no me digas que no me has registrado mi número cuando te lo di. Que mal ah, me has decepcionado, pensaba que eras mi amigo, en fin, olvídate de mí”. Penélope, hablaba fingiendo a una amiga celosa y resentida. Le tuve que decir que sí la tengo registrada en mi agenda de mi celular desde ese día que me dio su número, lo que pasa, es que soy de esos tipos tontos que siempre dicen, ¿aló?, a sabiendas que sabe quién es. Lo hago siempre, y no pierdo la costumbre de hacerlo. “A ya, bueno hijito, eso ya es anticuado, ya pasado de moda, tienes que salir a la calle. No sé cómo escribes cosas interesantes, sin saber el día a día de la gente”. Le di toda la razón a Penélope, me he quedado mucho tiempo encerrado en mi casa sin salir. Prácticamente me la paso viendo películas repetidas y películas mexicanas. Telenovelas y telelloronas. “bueno Iván, tengo que salir, te llamé para decirte que quiero verte este sábado a las cinco de la tarde en el “Piano Bar”, que queda en el bulevar de Barranco, ¿conoces?... bien, entonces así quedamos, cuídate mucho y hasta el sábado. Hablamos, Chau”. Cuando Penélope se fue de la línea, no me dejó tiempo de despedirme, así que, opté por obedecer todo lo que me dijo, o me mejor dicho, separar mi tiempo y de paso romper mi chanchito de ahorros para no faltar aquel sábado tarde-noche, en donde iba a conocer a una mujer muy misteriosa.
Llegué al Piano Bar. Le pedí al mozo una mesa para dos personas. Menos mal había mesa para dos, cómo no iba a haber mesa para dos, si eran cinco para la cinco de la tarde. El bar casi estaba vacío. Si no fuera por el buen músico que estaba tocando el piano y un solitario personaje que se estaba bebiendo hasta su soledad en un rincón del bar, prácticamente yo iba a ser el primer idiota en inaugurar la tarde-noche en un bar. Penélope, llegó cinco y cuarto. Me sorprendió su forma de presentarse. Me tapó los ojos con sus dos manos, como si hubiéramos sido, en ese entonces, buenos amigos. Y cuando me soltó, busqué su cara, ella se dejó mostrar y prácticamente me enamoré de su bello rostro.
-Vaya, Penélope, eres más bella, de lo que me imaginé.
-Gracias. Y tú eres más viejo que la foto que está en tu blog.
-Bueno, esa foto ya tiene tres años.
-Hay que cambiarla, hijito.
-Te prometo que lo voy a hacer. Bueno, ¿qué quieres tomar?. –Cuando le hice esa pregunta a Penélope, estaba sudando frío. Porque pensé que me iba a pedir un trago muy caro, o bueno, que no iba con mi presupuesto.-
-Cerveza, Iván. Sí, cerveza.
-Muy bien. Mozo, por favor… –Menos mal, porque si me pedía esos tragos caros, iba a quedar muy mal y de paso me iba ir caminando desde barranco hasta Magdalena.-
-¿Cuéntame que tal el trabajo, Penélope?.
-Bien, Iván. Estoy aprendiendo mucho y para qué, ah, soy una mujer que está cumpliendo con sus objetivos, con sus metas… por esa parte, no me puedo quejar, voy muy bien…
-Que bueno. Se nota que eres muy trabajadora…
-¿Se nota?, no hijito… ¡soy! una mujer trabajadora.
-Sí. Lo siento.
-No, mentira… en esta vida hay que trabajar para vivir.
-Sí, lo sé.
-¿Y tú a qué te dedicas, aparte de escribir, claro está?
-Por ahora, sólo me dedico a escribir…
-¡Hombre, usted se quiere morir de hambre!...
-Así parece.
-Iván, tienes que conseguirte otro trabajo. De las letras no puedes vivir. ¿Y cuando te cases? Ahí vas a sentir la pegada.
-Bueno, Penélope, casarme no está en mis planes todavía y al decir verdad, no pienso en eso.
-Ojalá no te arrepientas.
-El tiempo lo dirá, Penélope. –en eso se apareció el mozo, con la jarra llena de cerveza y una cajetilla de cigarros.
-Bueno, Iván. Hagamos un brindis por nosotros…
-Cómo no.
-Antes de nada y de todo, déjame agradecerte por tu ayuda. Esa noche, estaba como loca, hecha mierda, y bueno, vagando por internet, me cayó de sorpresa tu blog. Y ya lo demás ya lo sabes, ya es historia.
-Gracias Penélope. Gracias.
-No, hijo, gracias a ti.
-Me hablas como si fuera tu hermano menor…
-A la cuenta que sí, alucina. Eres como mi hermano menor.
-Algo es algo. Qué me queda.
-Salud, Iván.
-Salud, Penélope.
Así estuvimos, conversando de nuestras vidas. Ella me soltó todo el rollo de su relación con su ex novio. Y yo le solté toda mi vida, todas las idas y venidas de mi patética vida. Cuando la cerveza nos estaba haciendo efecto, y eso fue por culpa de ella, porque yo sólo tenía para tres jarras con cerveza, ella empezó a “disparar” los recuerdos y de paso a disparar con mucha sed, otras tres jarras más con cerveza. –no te preocupes, Iván, ahora me toca invitar a mí.- y efectivamente, se puso tres jarras más.
Entres risas coquetas y miradas desafiantes, yo le conté a Penélope sobre María. Una mujer por la cual yo me sentía (siento) perdidamente enamorado. Algo que nunca en mi vida me iba a imaginar contar. Ya que soy muy cerrado con mis cosas sentimentales. Penélope, se quedó plasmada e idiotizada con mi historia de amor. -¡No!, Iván, una chibola te tiene así, como un entupido!... mira tú, y yo que pensaba que era la última tonta enamorada.- Penélope, me dio algunos consejos triviales y, al decir verdad, algunos consejos no triviales. Uno trivial que recuerdo, de los tantos que dijo, fue: Iván, déjala ir, y si no vuelve, eso quiere decir que nunca fue para ti. Y el otro que no me pareció cliché fue: los amores que nunca fueron en ésta vida, al final, en la otra vida, se encuentran y viven su propia historia de amor. Así que Iván, no pierdas la fe.
Vaya que sí hablamos de todo. Vaya que sí. Ella me contó de todos sus amores, verdaderos y fugitivos. No era difícil adivinar que todavía sentía algo por su ex pareja. A cada rato miraba su celular para ver si él le mandaba un mensaje de texto o algo que se le parezca. El hijo de puta y la hija de puta, siempre presente en su vocabulario. Y yo no paraba de decir, es verdad… así es… Rock and roll.
Cuando la besé, creo yo, fue en el momento preciso. Porque ya estábamos con agarraditas de manos y de cabellos. En todas mis salidas con mujeres, siempre cometí el error, menos en este caso, de apresurar el encuentro decisivo, a sabiendas que por naturaleza y con ayuda de la cerveza, la situación del momento, caía por sí sola. Siempre me adelantaba a los hechos y por consecuencia, y mal cálculo, salía rebotando como una pelota playera. En este caso fue diferente, porque se acabaron las palabras y sólo faltaba eso, besarnos, sin miedos y con pasión. Con fuerza, con lujuria y con decisión. Nunca tuve mejores besos como esa tarde-noche. Y ella, me correspondió, al decir verdad, con aires de libertad, como saliendo, después de varios años, de una jaula a la vida. Por lo menos, eso es lo que yo veía en su mirada, eso es lo que yo sentía con sus besos.
-¿Vamos a mi departamento, Iván?... ¿Quieres conocerlo?...
Lo juro, si cuento que, me había olvidado por completo de que Penélope vivía sola. Lo que sí es verdad es que ya estaba haciendo cuantas de cuánto me quedaba de dinero en mi billetera, si alcanzaba para un hotel u hostal o como dicen, me incluyo, si alcanzaba, aunque sea, para el matadero (un hostal vetusto y de mala reputación que, por sus características y “comodidades” los precios son irrisorios y muy cómodos). Pero no fue así, la pregunta de Penélope, fue un bolo fijo, fue algo, aunque no me quieran creer, como un sueño de verano, un sueño caliente y a la vez fresco. No le respondí, porque la volví a besar, la besé largamente para hacer tiempo, hasta que yo pudiera pensar en una respuesta a la altura de los hechos...
–Qué idiota, si ya todo estaba listo, qué huevada iba a pensar o a decir.-
-Vamos a tu departamento, Penélope. Ya me dio ganas de conocerlo.
Cuando acabé de decir eso, volví a besarla, y cuando nos dejamos de besar ya nos habíamos parado. Ella caminó hacia la barra y sacó su tarjeta de crédito para pagar las tres jarras que ella había pedido, cosa muy diferente a lo que yo hice, pagué mis tres jarras en efectivo –qué tarjeta sería, imagínense, qué me iba interesar en ese momento una tarjeta de mierda- ella regresó hacia mí, y volvió a besarme, no fue largo el beso, se soltó y me dijo: -nos vamos, Iván.- Yo, la cogí de la mano y salimos del Piano Bar de Barranco, dejando a esa talentoso músico en el piano, cantando la canción de Alejandro Lerner (Todo a Pulmón) y a ese borracho que seguía bebiéndose su pasado, sin dejar, obvio, de tenerle lástima.
Cuando llegamos a su departamento, no esperamos ni perdimos más tiempo. Para qué más. Empezamos a vulnerarnos de besos eternos. Ella por el camino me hizo comprar preservativos de alta calidad. Yo los compré y me dolió pagar ocho soles, pero ese dolor se desapareció, cuando imaginé, en ese momento, que la batalla iba hacer larga y a tres tiempos. Cuando hicimos el amor, el primer tiempo, fue brutal, soberbio, excitante y placentero. Cuando hicimos el amor, en el segundo tiempo, fue de entender nuestra locura, me explico: a ella se le escapó dos veces el nombre de su ex novio y a mí se me escapó tres veces, el nombre de María. A pesar que a María no le toqué ni un pelo. Salvo, en mis felices y placenteros sueños mojados. Pero ahí estuvimos cantando a los cuatro vientos los nombres de esas dos personas que nos habían robado el corazón. En el tercer tiempo de “amor”, ya lo hicimos porque nos faltaba un globito por usar. Ya lo hicimos por inercia. También el alcohol ya se nos había pasado, y la realidad fue otra.

-Iván, te tienes que ir. Discúlpame fue mi culpa. De verdad no quise llegar a esto.
-No me tienes que pedir disculpas, Penélope. Lo hicimos y punto. No hay problema.
-Pero no está bien que nos hayamos acostado, yo todavía siento algo por él…
-Sí, lo sé… lo nombraste dos veces cuando hacíamos el amor.
-Y tú todavía sigues enamorado de María… tres veces escuché su nombre.
-Sí, lo sé.
-Iván, te tienes que ir. Quiero estar sola.
-Está bien, me voy.
-Lo siento…
Cuando quise llamarla a Penélope, ya había pasado como un mes, sin saber nada de ella. Escuché su celular fuera de servicio: deje su mensaje en la casilla de voz. Le dejé un mensaje de voz:
Hola, Penélope. Te llamaba para saludarte y saber cómo estás, saber de ti… en fin… ojalá estés bien. Saludos, Iván.
Pasó otro mes y recién supe de ella. Me mando un mensaje de texto y caí ante mi sorpresa, algo inesperado que, tarde o temprano, sabía que iba a pasar.

Ola Iván. Te cuent k ia regresé kn mi novio.
Gxias amio, x tu ayuda. Ahora sty en el Cusco, kn él…
Bueno, saludamé a María, y no pierdas la fe…
Un beso, tkm…
Penélope.
Cuando leí aquel mensaje de texto de Penélope, me acordé de ese pobre hombre que estaba en el Piano Bar de Barranco bebiéndose su pasado. Moraleja: nunca le tengas lastima a nadie, porque tarde o temprano, te puede pasar lo mismo, o sea, te pueden tener lastima.

Nunca más supe de Penélope. Bueno, hasta hora. Hace poco volví a marcar su celular y ahora sí la grabadora no me animaba a dejar un mensaje de voz, porque simple y llanamente, estaba fuera de servicio. De Igual forma, tengo que agradecerle a Penélope por todo lo que me hizo sentir, por todo lo que pasé con ella y por leer todos los post de mi blog, que dicho sea paso, le gustó mucho. Ahora, cuando lea esto, nuestra historia, sé que ya no le va a gustar mi blog, sé que seré para ella el hombre más bajo del mundo, sé que seré algo para nunca más recordar y sé que seré para ella algo, más algo, más, que una llamada y, más, que una noche de copas rotas y tantas cosas más.



(Que buena canción)

(Y todo a pulmón)

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